Mientras me balanceaba distraída en una mecedora, me quedaba absorta viendo para la calle. No veía nada en particular. Los carros y la gente pasaban frente a mí como si fueran fantasmas. O quizá yo era el fantasma que desde la mecedora los veía pasar. En esos tiempos la gente decía que, cuando alguien se quedaba así, ensimismado y con la mirada perdida, parecía «vaca viendo pasar el tren». La verdad es que nunca he visto una vaca en semejante trajín, pero puedo imaginarla inmóvil, con sus grandes ojos detenidos sin parpadear, atiborrando sus pupilas con el reflejo de los vagones que pasan a gran velocidad.
Ahora no me distraigo con los carros que pasan por la calle, pero, cuando tomo el celular y mecánicamente paso el dedo índice sobre la pantalla para ver las últimas noticias y leer comentarios de 240 caracteres, me siento como vaca viendo pasar el tren.
Me parece que las redes sociales nos han convertido en un rebaño que mira sin ver y opina sin saber. Nos entretenemos debatiendo nimiedades mientras lo importante nos pasa sin mayor escándalo. Como la vaca viendo pasar el tren, vemos pasar los acontecimientos sin ni siquiera ser capaces de discernir entre lo importante y lo accesorio, como si se tratara de vagones idénticos que pasaran sin parar.
Últimamente llevamos meses viendo pasar vagones cargados de noticias sobre la pandemia del covid-19, la crisis sanitaria que ha cobrado más de 700,000 vidas en el mundo y que ha puesto en jaque la economía mundial. En Guatemala llevamos 2,013 fallecidos (dato actualizado al 4 de agosto), un batallón de desempleados (desafortunadamente, desconocemos la cifra exacta) y muchos negocios que están cerrando.
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Esta semana se anunció el cierre de Caravasar y de Las Cien Puertas, dos negocios emblemáticos de la zona 1. Como vacas viendo pasar el tren, nos entretuvimos un buen rato entre lamentos, recuerdos y añoranzas. Pocos se percataron de que estos negocios viven del consumo de la clase media y no pudieron soportar el cierre por tanto tiempo. La pandemia está asesinando trabajos. La pérdida de ingresos está ocasionando que aquellos que eran clase media caigan un eslabón más abajo. Sin ingresos no hay demanda. El cierre de Las Cien Puertas y de Caravasar es más que un lamento. Es el anuncio de la agonía de una clase social en un país que ya desde antes tenía una exigua clase media.
Seguiremos viendo caer como moscas otros pequeños negocios. Esto apenas comienza. El Gobierno ha sido incapaz de ejecutar con eficiencia y prontitud los programas de ayuda aprobados. No estoy segura de si con otros actores en el Estado las cosas serían muy distintas. No me parece que con una Thelma Aldana o con una Thelma Cabrera en la presidencia (por poner dos ejemplos) estaríamos mejor que ahora. El Estado guatemalteco está desnutrido y agoniza por falta de institucionalidad y de profesionalismo. Quien ocupe la presidencia tiene que lidiar con sus propias carencias (autoritarismo, falta de visión y liderazgo) y dar batalla con una maquinaria vieja y oxidada. Es como llegar a dirigir una selección de futbol cuyos jugadores están mancos, ciegos y cojos. Sin importar que tan bueno sea el entrenador, será poco lo que este pueda hacer.
Podemos seguir como vacas viendo pasar el tren, ensimismados en el berreo cotidiano, o podemos plantearnos construir un nuevo Estado. Un Estado con más recursos y cobertura, que tenga profesionales de la gestión pública que garanticen continuidad e institucionalidad a las políticas públicas. Un Estado fuerte, capaz de proponer, dirigir y gestionar un modelo de desarrollo basado en la equidad, la sostenibilidad y el buen vivir. Un Estado que nos garantice que nadie se quede atrás (ni Las Cien Puertas ni Caravasar ni los miles de personas que perdieron sus trabajos ni el ejército de banderas blancas que vigilan los semáforos esperando caridad). Un Estado para todos, y no solo para unos cuantos.
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