Nos pondremos al resguardo de El cuento hispanoamericano[1], una antología del crítico literario Seymour Menton que nos permite, desde un lenguaje sencillo, conocer las particularidades de dicho género.
Empecemos con su definición: «El cuento es una narración, fingida en todo o en parte, creada por un autor, que se puede leer en menos de una hora y cuyos elementos contribuyen a producir un solo efecto» (óp. cit., pág. 6). De tal manera, un cuento no debe tener la complejidad de una novela (aunque sea corta) ni en extensión ni en el número de sus personajes. De suyo, los certámenes internacionales de cuento aceptan como máximo una extensión de 30 páginas tamaño carta o A4 a doble espacio.
Advierte Menton que el cuento debe diferenciarse de los artículos de costumbres, las tradiciones, las fábulas y las leyendas. Como acotación mía, también debe tomar distancia de las anécdotas personales o familiares, que con frecuencia se adjetivan como cuentos.
Casi todos los tratadistas coinciden en su estructura: un inicio, un desarrollo y un final. Pero no por sencilla la estructura debe soslayarse la trascendencia de la obra. Un cuento puede ser un vigoroso vehículo de crítica, de conocimiento, de toma de posturas ante un hecho dado o de otro propósito que bien puede ser político o religioso.
Reitero lo aseverado en otros artículos míos en cuanto a respetar el género desde el cual se pretende escribir. Un editor me aconsejó: «Si usted quiere contar algo real o algo que creó en su imaginación, debe remitirse a la narrativa en cualquiera de sus derivaciones (novela, cuento, historieta, etcétera). Si quiere expresar sus sentimientos, tiene entonces a mano la poesía. Y si quiere profundizar en un tema, utilice el ensayo». Porque, cuando se mezclan particularidades de diferentes géneros literarios en una misma obra, aquello puede resultar en un mamotreto.
La literatura, en tanto arte de la expresión oral o escrita, nos permite respirar aires de libertad. Así, no obstante las corrientes dominantes (que es preciso conocer al dedillo), el escritor puede situarse en un solo movimiento literario aunque ya no esté de moda para los críticos. Por ejemplo, el romanticismo (en el género cuento), que se inició en América Latina después de las independencias, aún está vigente para algunos cuentistas.
En mi caso, me gusta lindar entre el culteranismo (más como estilo que como movimiento), el modernismo, el naturalismo y el criollismo. Y a veces en cuentos largos hago mezcla de las particularidades de dos o tres movimientos. Dicho sea, me ha dado muy buenos resultados para fines de certámenes internacionales.
Finalizo este artículo porfiando en dos contextos. Uno es atinente a no entrar en confusión —como lo indica Menton— con narrativas que corresponden a artículos de costumbres, leyendas y tradiciones. El cuento es un género literario bien definido y tiene su propia estructura. El otro es referente a la verdad histórica. Si alguien escribe un cuento cuyo contenido sea histórico, debe remitirse a excelentes fuentes de información. Mejor aún si hay alguna rigurosidad científica. El hecho de que mi abuelito o mi abuelita me hayan contado tales o cuales hechos no significa que ello sea verdadero. En tales casos ha de evitarse el sesgo que pueda aprovisionarse desde una tendencia muy personal.
Hasta la próxima semana. Esperemos que no sea muy terremoteada.
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[1] Menton, Seymour (1999). El cuento hispanoamericano. México: Fondo de Cultura Económica.
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