Según el multifacético intelectual mexicano Carlos Monsiváis, escribir es sencillo: «Se debe atender la secuencia sujeto, verbo y complemento». Sin duda, la receta es correcta y contribuye con uno de los elementos de la gramática: la sintaxis. Ahora bien, solo es un punto de partida.
Y es que al plasmar nuestros pensamientos en textos es probable que luzcan claros al seguir el orden mencionado. Sin embargo, es posible que pierdan sentido por no colocar comas o insertarlas equivocadamente, situación que puede ocurrir con las tildes o la concordancia (de género o número), entre otros de los rectores de la expresión oral y escrita.
De cualquier manera, Monsiváis tiene razón: escribir es muy fácil. En realidad, debería ser, pues el idioma español nos acompaña en los estudios de primaria, secundaria y diversificado, pero los descuidos, los deslices y los yerros inadmisibles que fluyen en los mensajes de redes sociales reflejan que algo está mal.
Por supuesto, nadie es infalible cuando se trata de la lengua de Miguel de Cervantes, pues su riqueza, sus reglas y sus excepciones implican esfuerzos para alcanzar la precisión, reto que, eso sí, debe tomar quien pretende que sus argumentos incidan.
Recientemente, un alto funcionario del Gobierno quedó bajo los reflectores de las burlas como consecuencia de un apunte lleno de fallas ortográficas, de puntuación, de acentuación e incluso de desconocimiento de pasajes históricos. Si la intención del aludido fue defender o posicionar una idea, el tiro le salió por la culata. Lo anterior, porque las reacciones se centraron en resaltar «no sabe escribir», aunque tal vez él diga que su planeamiento se entendió, excusa esgrimida por muchas personas cuando dejan de lado si corresponde ese o ce, tilde o acento, mayúscula o minúscula, etcétera.
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Más allá de las redes sociales, porque las relaciones no se circunscriben a ellas, el tema de lo mal que estamos escribiendo debería ser objeto de una reflexión profunda. De un tiempo a esta parte, cada año es desolador el resultado-diagnóstico de las pruebas realizadas por el Ministerio de Educación en matemáticas e idioma español.
Asimismo, anuncios publicitarios y comunicados de entidades públicas y privadas son evidencias de que escribir no es tan fácil. No son pocos los pronunciamientos en los que la mala redacción raya en lo «penoso, dramático y molesto», como rezaba un comercial. Lamentablemente, ahora que el espectáculo y el morbo venden más que la formación y el conocimiento, hay programas de televisión que celebran la ignorancia cuando se viste de atractivo visual.
Vale destacar que, en torno de esas construcciones del consumismo, el escritor italiano Umberto Eco recoge en sus obras Historia de la belleza e Historia de la fealdad que todo depende de la subjetividad, pues «no hay belleza más auténtica que la sabiduría que encontramos y apreciamos en ciertas personas».
Subrayo el párrafo previo porque la subida exponencial de la mala ortografía se debe a deficiencias del sistema educativo, público y privado, y al auge de programas televisivos antítesis de los bien recordados Mentes sanas y Talentos y puntos. Los que cito abonaban al crecimiento cognitivo de niños y adolescentes, mientras que hoy se proyectan unos que ofenden el intelecto.
«¿Cómo está su ortografía?», suele preguntar el profesor Rubén Alfonso Ramírez, creador del primero de los programas referidos, respuesta que en la coyuntura sería «grave, muy grave», y que llevaría a un triste, muy triste, «así se contesta» del apreciado pedagogo. En ese sentido, si el conformismo nos gana, no se puede hacer nada, pero, si se impusiera el «saber que se puede / querer que se pueda» del cantautor argentino Diego Torres, entonces el color de esperanza es bienvenido.
Frente a lo descrito, es prudente que los pesos pesados del mundo virtual, los community managers, quienes redactan y quienes revisan comunicados, quienes orientan, consulten el diccionario antes de enviar, ya que siempre hay ojos críticos y, como sentenció el político mexicano Jesús Reyes Heroles, «la forma también es fondo».
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