Tu carta me llegó a través de quereres que tenemos en común. Llegó justo en un momento en el que dudo de lo que hago, del para qué. Supongo que es un sentimiento común de desconcierto por los tiempos que corren. No saber hacia dónde ni por qué seguir. Entenderás lo que me removieron tus palabras.
Desde que decidí abrir esa parte de mí, de mi historia, conozco muy bien esa sal en los ojos de la que me hablas. Por eso el mar, Karen: por su fuerza, que nos arrastra y casi nos ahoga, pero en el que nos volvemos a meter una y otra vez. Es ese mar del Pacífico, alborotado y violento.
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Y, sí, Karen, Emil fue una excusa para escarbar en ese silencio que tantas y tantos tenemos atorado, pero que no compartimos. Y, sí, es eso lo que hace que nos sintamos tan solos. Al final, eso era lo que querían: que no fuéramos capaces de generar una colectividad. En el silencio pensamos que nuestro dolor es único y que el otro, el de al lado, no lo entenderá. La proyección de La asfixia, esa a la que no pudiste entrar, ha sido una de las más especiales. No solo por lo evidente (era la primera vez que se mostraba en Guatemala), sino porque al terminar nos abrazamos. Y no hablo de forma poética. Al final de la proyección, luego de las preguntas y las respuestas, al final de todo, me vi abrazando a personas desconocidas que se acercaban a decirme que reconocían algo de su historia en la que habíamos contado. El abrazo como un refugio momentáneo para soportar lo que duele Guatemala.
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Decirte que volvemos a esas memorias porque necesitamos resolver, porque Guatemala seguirá siendo esa que conocemos hasta que no nos enfrentemos a lo que nos ha llevado a ser lo que somos, eso lo sabes de sobra. Pronunciar el dolor y los hechos hacen que tengamos un suelo concreto para poder entender cómo debemos andar para poder reconstruirnos y, ¿por qué no?, armar el país que queremos. Yo lo veo como un acto de rebeldía, y, sí, así de idealista soy. Estoy luchando por que la realidad concreta que vivimos ahora no me arrebate esa parte de mí. Y te confieso que últimamente no está siendo nada fácil.
Hablas del pudor que pudiste ver en la película. No sé si lo llamaría pudor. Pero tus palabras hacen que me lo pregunte. Y, luego de escribir, pensar y borrar unas cuantas veces, creo que en realidad el dolor es tan profundo y lo ocurrido es tan evidente que la historia no necesitaba más y yo no era capaz de dar más. Lo único que tenía claro desde un inicio es que quería que fuera una película que mostrara la belleza de Guatemala confrontada con lo horrible de su historia.
Por cierto, tampoco me gustó escuchar mi voz al hablar con mi familia. Era la de una niña excesivamente dulce, no la de la mujer que pretendo ser. Pero esto es más anecdótico y pertenece a una conversación con una buena taza de café o un vino.
Gracias por tus palabras, Karen. Ahora me pregunto cuestiones que van más allá de recuperar la memoria: ¿qué hacer para entender que no estamos solas y solos en nuestro dolor?, ¿cómo recuperar la colectividad para que nuestra voz sea más fuerte que la de los que siempre se han encargado de romper el país?
Abrazo,
Ana
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