Para expandirlo y ahora restaurarlo a raíz de las investigaciones criminales que han realizado en su contra durante los últimos tres años la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) y el Ministerio Público, necesitaban convencer a la gente de que todo estaba perdido, de que no había forma de cambiar el estado de las cosas y de que lo más sensato era atrincherarse en sus áreas de trabajo, recreación y educación para mantener a sus familias a flote, sobreviviendo, resistiendo a una realidad violenta, enfermiza, sin servicios públicos de calidad y sin oportunidades reales de mejorías concretas de vida.
Esas redes están integradas por camarillas de militares que se adueñaron de las aduanas, por funcionarios públicos que se enriquecieron desfalcando las instituciones, por políticos que llegaron al poder a cambio de favores ilícitos e ilegales, por empresarios que hicieron negocios con contratos fraudulentos y aprovechándose de la infraestructura y de los recursos del Estado, por periodistas que llevaron al poder a lo peor de una generación golpeada por la guerra, por profesionales que hicieron carrera mercantilizando y deteriorando la academia, por sindicalistas que traicionaron a los trabajadores y sus derechos mediante pactos lesivos a lo público, por personalidades de la sociedad civil que se han dedicado a defender el statu quo y a los grandes corruptores, por jueces que violan derechos humanos sistemáticamente con resoluciones contrarias a la ley, por proveedores que basan su éxito en el mercado violando los derechos de los usuarios.
Todos ellos realizaron acciones para crear una cultura de derrota y desilusión. Se dedicaron a decirles a las personas lo que hacen para estar mal con frases que pertenecen a un discurso del descaro. Les dicen que son pobres porque no emprenden en la economía, pero callan que ellos son ricos porque emprendieron en la corrupción. Les dicen que no tienen trabajo porque no fueron mejores estudiantes, pero callan que ellos tienen trabajo porque traficaron influencias. Les dicen que el país está mal porque no se involucran en política, pero callan que ellos accedieron al poder financiados con dinero ilícito y otorgando contratos sobrevalorados. Les dicen que no tienen dinero porque no ahorran, pero callan que ellos pagan salarios de hambre, que no permiten generar capacidad de ahorro. Les dicen que les falta actitud para enfrentar la vida, pero callan que millones de guatemaltecos salen todos los días a reventarse bajo el sol para llevar comida a una mesa improvisada.
Les dicen a las mujeres que quedaron embarazadas por irresponsables, pero callan que gastan millones de quetzales para cabildear en contra de la ley de educación sexual y de derechos sexuales y reproductivos. Les dicen que provocan congestionamiento por no utilizar transporte público, pero callan que han beneficiado a los transportistas para que sigan operando un sistema de transporte inseguro, vulnerable a fugas de dinero y obsoleto. Les dicen que se oponen al desarrollo porque se resisten a que operen proyectos mineros e hidroeléctricos, pero callan que han recibido sobornos para garantizar su ingreso al país y maquillar el deterioro ambiental que generan. Les dicen que Guatemala sigue creciendo económicamente, pero callan que quienes sostienen la economía son los millones de guatemaltecos migrantes que envían sus remesas mes a mes. Les dicen que son haraganes porque no trabajan más, pero callan que ellos pertenecen a una élite parasitaria que vive de lo heredado, de lo que jamás produjeron.
Descubrir su discurso arrogante y desmoralizador no es difícil. Lo difícil es derrotarlo discursiva, mediática, política y materialmente. Pero la caída de los azucareros y de los chatarreros el pasado 25 de enero nos ayuda relativamente porque nos demuestra cómo la generación de riqueza de los intocables se ha basado en privilegios y en corrupción deliberada antes que en la capacidad productiva y de innovación. Nos demuestra que, en efecto, necesitaban un Estado copado para hacer negocios, ya que solos no podían. Es decir, todo lo que hacen para estar bien y darse el lujo de decirles a los otros qué han hecho mal siempre ha sido una farsa. Los guatemaltecos los han ido descubriendo y más temprano que tarde los derrotarán: en la economía, en las relaciones sociales, en las urnas y en la vida.
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