En México, la procuraduría de protección al consumidor, denunció una serie de productos alimenticios que no eran ni contenían lo que promocionaban con publicidad falsa. Desde hace tiempo se sabía que las leches en envases de cartón o eran líquidos con sabor a leche o estaban elaborados con sustancias artificiales como la melanina.
Se ha denunciado, también, que los fertilizantes y pesticidas de los cuales depende la mayor producción de granos básicos y vegetales, o son caros o son alterados constantemente para aumentar la dependencia. Se denunciaba recientemente que para importar fertilizantes se tenía que obtener autorización del MAGA (controlado por ganaderos y grandes agricultores) y que era casi imposible lograrla.
Y el telón de fondo, durante 500 años, es la pérdida constante de tierras, territorios y mano de obra desempleada existente en grandes cantidades, sin educación y con bajos sueldos, con la complacencia de leyes y autoridades, que bailan al son de la oligarquía que sustenta riquezas y privilegios en base a lo expuesto anteriormente.
Paralelamente, los pequeños productores de alimentos, siempre han estado excluidos de las políticas públicas que privilegian el mercado externo y la exportación de materias primas y productos agrícolas sin mayor transformación.
El colonialismo externo e interno, puntales del modelo capitalista impuesto, son la causa del hambre que padece la mayoría. Guatemala, según el sexto informe mundial sobre crisis alimentaria, se ubica dentro de los ocho que a nivel mundial son los más críticos, junto a seis países africanos y uno asiático.
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Algunos teóricos olvidados, plantearon hace décadas líneas importantes que hoy, perfectamente, se pueden aplicar para explicar, entender y actuar sobre la realidad colonial. Señalaban que, en los orígenes de la economía de mercado, lo decisivo «Es la transformación de seres humanos y de la naturaleza en mercaderías ficticias. Y que las luchas de resistencia contra estos procesos de mercantilización pasan a adquirir una nueva trascendencia y que no tratan de negar el progreso, como pretendió la hegemonía del iluminismo liberal y del marxismo normatizado. Son formas de resistencia basadas en la defensa de sistemas tradicionales de organización social para el uso y disposición comunitaria de los recursos humanos y naturales, frente a los embates de la mercantilización.» [1]
También plantearon que «El “desarrollo” debe ser entendido como un cuerpo discursivo capaz de componer estrategias de acción macroeconómica destinadas a la estricta aplicación de determinados ajustes que transformarían (“modernizarían”) países en un sentido muy determinado y casi nunca desfavorable a los intereses de las grandes potencias occidentales.» (Escobar 2007).
El brasileño Theotonio Dos Santos (1978) dice: «El subdesarrollo de unos está íntimamente conectado (de forma simultánea y correlacionada) con el desarrollo de los otros.»
«Una dependencia externa que a nivel interno se traduce en enormes fracturas sociales, en brechas abisales de inequidad. Porque se ha de recordar que no siempre fueron capitales extranjeros los que explotaban y gestionaban los recursos extraídos. Las oligarquías internas (agroexportadoras y latifundistas) eran enteramente cómplices de esa inserción dependiente de sus países en el mercado mundial, un encaje en la economía-mundo capitalista que contribuía directamente a la concentración de renta en muy pocas manos y a un intenso empobrecimiento de las grandes mayorías sociales (Hinkelammert 1974). Sin olvidar, por otra parte, que dichas sociedades están atravesadas, aún hoy, por múltiples relaciones de dominio vinculadas a eso que fue denominado hace ya bastante tiempo “colonialismo interno” (González Casanova 1963, 2006; Stavenhagen 1963).»
El colonialismo es un modelo fuerte, abarcativo, profundo, sustentado en la fortaleza política, jurídica, económica, violenta y discriminatoria de sus orígenes, impulsada por los colonizadores y defendido (paradójicamente) por la mayoría del común. Por ello, la descolonización debe ser un proceso de profunda reflexión, con propuestas, acciones y acuerdos. Fatal o afortunadamente dentro del marco de la legalidad política y cobijados en un Estado (occidental) que pueda transformarse o refundarse para responder a la pluralidad social, cultural, económica y política. O sea, tarea de todos y todas.
[1] Allí Karl Polanyi. The Great Transformation, 1944.
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