El espectáculo en su máxima expresión, mientras el país en su máxima destrucción política, moral y económica. La población desbordada ante innumerables espectáculos, despreocupada de la situación política; en tanto, los integrantes del pacto de corruptos, siguen cooptando las instituciones del estado, de tal manera que, a menos que ocurra algo imprevisto y espectacular, las elecciones del 2023 serán ganadas por estos ya sea por la legalidad, ilegalidad o por el dominio de la cultura banalizada como espectáculo.
La vida, la naturaleza, la persona, sus sentimientos, gustos y pensamientos se han vuelto mercancía y representación como espectáculos. El espectáculo nos quita la vida real y la transforma en un sueño, deseo o anhelo inalcanzable. Algo externo a nosotros, un reflejo falso de nuestro ser.
Lo ocurrido en Quetzaltenango en un concierto popular, con una cauda trágica de gente inocente, atrapada por la cultura del espectáculo, impulsada por el sistema y modelo económico productivo y por los medios de comunicación al servicio de las grandes fabricantes de bebidas embriagantes, refleja el sinsentido del rumbo que hemos tomado como sociedad, sea voluntaria o inducidamente.
La mayoría, indiferente ante el hecho, inmediatamente estaba en otro concierto masivo o iniciando conciertos en honor a santos patronos, aglomerados ante las batonistas y «bandas musicales» de los desfiles, conciertos, bailes, procesiones, cultos, espectáculos deportivos, huelga de dolores, etc. que han perdido su esencia por la contaminación de publicidad de empresas, cooperativas, comercios, etc.
Ciudades y comunidades celebrando cualquier acontecimiento convertido en espectáculo. Sin dejar de incluir a las iglesias de cualquier signo, que a través de volver la religiosidad un espectáculo, obtienen grandes recursos económicos como limosnas o diezmos. El espectáculo es el pan nuestro de cada día, mientras el país se hunde y con él, tarde o temprano, la sociedad.
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La solidaridad, la justicia, la política en su real definición, se cubren con el manto de la algarabía superficial y momentánea, al punto que la mayoría culpa a los asistentes al concierto de Quetzaltenango de haber perdido la vida, exonerando de responsabilidades al Estado, la municipalidad y a la empresa organizadora. El espectáculo nos ha castrado políticamente. La población ha perdido la noción de Estado, ignorando que se organiza para el bien común, garante del derecho a la seguridad y la vida y, por eso culpan a la gente por haber ido, no por la negligencia y falta de cumplimiento de las obligaciones de las autoridades.
Esta tragedia no es ni será una excepción. Será la normalidad si la alienación nos sigue carcomiendo. Recomendable es leer dos obras importantes que esclarecen por qué somos y actuamos irracionalmente: Guy Debord, escribió en 1967 «La Cultura del Espectáculo» y Mario Vargas Llosa, escritor neoliberal, «La Civilización del Espectáculo», recientemente. Y con la idea de entender y erradicar ese nuevo colonialismo de las élites que persiguen intereses económicos a costa de la sociedad, incluyo algunas frases de dichas obras.
«La cultura de masas quiere ofrecer novedades accesibles para el público más amplio posible y que distraigan a la mayor cantidad de consumidores. Su intención es divertir y dar placer, posibilitar una evasión fácil y accesible para todos, sin necesidad de formación alguna, sin referentes culturales concretos y eruditos. Lo que inventan las industrias culturales no es más que una cultura transformada en artículos de consumo de masas».
«En la civilización de nuestros días es normal y casi obligatorio que la cocina y la moda ocupen buena parte de las secciones dedicadas a la cultura y que los “chefs” y los “modistos” y “modistas” tengan ahora el protagonismo que antes tenían los científicos, los compositores y los filósofos. Las estrellas de la televisión y los grandes futbolistas ejercen sobre las costumbres, los gustos y las modas la influencia que antes tenían los profesores, los pensadores y los teólogos.»
«El vacío dejado por la desaparición de la crítica ha permitido que, insensiblemente, lo haya llenado la publicidad, convirtiéndose ésta en nuestros días no sólo en parte constitutiva de la vida cultural y política, sino en su vector determinante.»
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