La democracia, legado de la civilización occidental plasmada en el Estado moderno desde la revolución francesa, no ha podido resolver problemas de explotación económica, discriminación y desigualdad; sin embargo, es el modelo político imperante en nuestros países, aunque en Guatemala, la democracia está solamente escrita en la Constitución.
Un elemento de la democracia aritmética occidental –la mitad más uno, que excluye minorías– es el sistema de partidos políticos que desde 1985 se supuso iban a intermediar las demandas ciudadanas; por ejemplo, combatir la pobreza, el racismo, la desigualdad de género, la exclusión territorial y la injusticia.
Esa llamada transición democrática iniciada en 1985 quedó como tal, sin llegar a consolidarse. Al contrario, ha venido a menos. Solo un 36 % de población cree en la democracia (CID-GALLUP, 2022).
La dominación colonial de las élites blancas y los partidos políticos son responsables del fracaso democrático; creados para replicar los estancos de poder que, desde la colonia, garantizan el control del Estado y la sociedad para mantener privilegios derivados de la colonización. Los partidos, nuevas instituciones, viejas prácticas antidemocráticas.
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Vivimos el clímax del agotamiento democrático y la consolidación de la autocracia, caracterizada por el gobierno de una sola persona sin someterse a ningún tipo de limitación. Esa persona es la caja de resonancia de intereses de la elite dominante que permite la democracia de cartón.
En muchos países «democráticos», recientemente, hay un resurgimiento de formas dictatoriales y racistas de gobierno. Guatemala no está en esa decadencia, siempre ha estado en los umbrales de las dictaduras. Hay un reagrupamiento y toma de poder de verdaderas mafias que dominan el sistema económico y el político.
«Según un estudio reciente, ahora hay más democracias que decaen que en cualquier otro momento del último siglo. De acuerdo con datos de V-Dem, un instituto de monitoreo con sede en Suecia, en la actualidad, más que en ningún otro momento del siglo pasado, hay democracias en deterioro, e incluso hay algunas que están muy cerca de la autocracia. Los datos demuestran que, al parecer, esta tendencia, que lleva más de una década, va en aumento y está afectando tanto a las democracias bien establecidas como a las endebles.» [1]
Los partidos políticos, debieran ser la garantía de representación, interlocución y participación de la diversidad social. Pero en Guatemala, sin exagerar, se puede decir que no hay partidos políticos en el sentido estricto de la teoría y las necesidades. Al contrario, son espacios de acumulación y distribución de poder político y económico, formando un círculo impenetrable para el común, excepto para «los indios y ladinos permitidos», que colonialmente se puede llamar «servidumbre política», cobijados en puestos burocráticos de mediano y bajo nivel, en partidos políticos conservadores y mal llamados progresistas, haciendo y reproduciendo el modelo de exclusión política.
En un ensayo, publicado hace años en el departamento de investigaciones económicas y sociales del CUNOC, planteé las deficiencias de los partidos y las llamé los siete pecados capitales que los caracterizan y definen su lógica operativa: 1. centralismo, 2. monoculturalismo, 3. autoritarismo, 4. cortoplacismo, 5. corporativismo, 6. legales, pero no legítimos y 7. populistas.
Casi todos los partidos han surgido en la capital, los pueblos no están en su organización; las decisiones las toma el dueño del partido y los puestos directivos y de elección más importantes, ellos los ocupan y venden; no tardan más de tres procesos eleccionarios y sus planes (cuando los hay), no abordan lo estructural; responden a intereses de grandes conglomerados comerciales, financieros e industriales; se cobijan en la legalidad para usurpar el poder en nombre de la población; y sus discursos, apelan a la emotividad, la demagogia y a la manipulación de la población.
La dominación colonial, sigue. Con nuevo ropaje legal e institucional, lo cual lleva a plantear que cualquier proceso de democratización debe considerar la desaparición y sustitución de estas figuras tal como son y actúan. Y, tomar en cuenta que la diversidad de pueblos y sus lógicas de autoridad y administrativas no cuadran con el sistema de partidos que caracteriza al Estado moderno. Porque aparte de las deficiencias señaladas, promueven el individualismo, lo que choca frontalmente con la forma comunitaria, colectiva (no socialista) y ancestral de los pueblos.
[1] The New York Times. 23 de agosto 2022
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