Es la tensión política, generada por ambas ideologías, la que ha conformado y estructurado el Estado colonial. Ha sido la lucha entre conservadores y liberales, laicos y religiosos, criollos y peninsulares, entre clases sociales, burguesía y obreros, urbano y rural, militares y civiles, la que ha definido la estructura política. La tensión entre pueblos y Estado no es materia de ambas ideologías. El eje transversal de la historia política es la permanente exclusión de los pueblos indígenas.
Ante las continuadas crisis del Estado, se plantean llamados y propuestas de unidad, articulación, coordinación o confluencia de las izquierdas y «grupos o sectores progresistas» evidenciando un sesgo monumental porque no se habla o se considera a los pueblos como convocantes o sujetos políticos en el debate sobre salidas a la situación provocada por el colonialismo-capitalismo.
Para ambas corrientes,la lucha por el control del Estado es su razón de ser, su interés y motor de la dinámica política, sin los pueblos indígenas, discriminados y segregados. Campo político monopolizado por criollos-ladino-mestizos en un contínuum histórico. Para la izquierda y la derecha, al igual que los criollos y peninsulares, liberales y conservadores, el Estado les pertenece por derecho divino de la colonización. En este caso el indígena es el siervo político, el tutelado, el sin voz, el ciudadano de segunda. Esa es la colonialidad, como forma de vida, jerarquizada y racializada.
En estos tiempos de democracia y globalización, ¿habrá cambiado esa lógica excluyente? Creo que no.
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En la actualidad, vivimos otra de tantas crisis políticas, donde la democracia es una ilusión o pretexto, la participación es un mito, la representatividad es ilegítima, la ley no se respeta y el desarrollo es para unos cuantos, mientras la mayoría apática, temerosa, manipulada, seducida políticamente, acata los mandatos de la dominación y el colonialismo. La disputa por el Estado es entre los mismos sectores antagónicos y al margen, los pueblos.
Los llamados oportunistas a la articulación, unidad o alianza política, igual que antes, surgen desde los centros urbanos, clase medieros, instruidos y situados a la izquierda de la línea ideológica polarizada y antagónica. Los argumentos o justificaciones son los mismos que se vienen escuchando desde 1944, ciclo temporal más inmediato y con características que definen su especificidad.
Copiar y pegar, pareciera que es la propuesta que se hace desde colectivos sociales, sin legalidad ni incidencia política, o de pensadores «progresistas», apolíticos muchos, pero que pretenden dar recetas en contextos complejos políticamente como Guatemala.
Las izquierdas siempre han puesto su mirada en los acontecimientos de América del Sur: Salvador Allende, Chávez, Lula da Silva, José Mujica, Evo Morales, Pedro Castillo, Gabriel Boric y más reciente Gustavo Petro y, con buena fe diría, proponen inspirarnos o replicar dichos modelos de avance político de la izquierda latinoamericana que han relegado, momentáneamente, a los grupos o sectores conservadores que han monopolizado y ejercido el poder, muchas veces de manera antidemocrática. Para Guatemala, no es fácil copiar modelos toda vez que los pueblos no entran y si los toman en cuenta es desde la lógica del tutelaje político.
Se lee en los medios frases como las siguientes:
«X organización está invitando a un foro a los 5 partidos políticos considerados de izquierda, para que unidos puedan aportar un caudal de votos que haga crecer la izquierda democrática y ganar las elecciones.
Resultaría muy atractivo ver a esas cinco fuerzas electorales actuando al unísono, alrededor de un programa de gobierno.
Se requiere de un “Pacto Histórico” entre los partidos de izquierda democrática análogo al que se hizo en Colombia para llevar a la presidencia a Gustavo Petro.
Es factible y necesario que los partidos de izquierda, si son realmente democráticos, se propongan hacer un frente amplio similar al “Pacto Histórico” colombiano y proponer un candidato ladino-mestizo, progresista, democrático, profesional y como vicepresidente un o una indígena, que sean líderes y conocidos en las comunidades»
Esa subordinación política que se lee no funciona acá. Además, el problema de la estructura de partidos políticos es otro elemento que hace difícil articularse o unirse.
(Continuará)
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