Debieron pasar aproximadamente 70 años para que los primeros esfuerzos del movimiento de las sufragistas, iniciados a mediados de siglo XIX, culminaran con una modificación a la Constitución estadounidense, ratificada el 26 de agosto de 1920. La famosa Decimonovena Enmienda, fruto del trabajo de dedicadas activistas como Alice Paul, Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton —entre otras—, reza: «El derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos al voto no será negado o menoscabado por los Estados Unidos, ni por ningún estado, por motivos de sexo».
Solo 36 legislaturas estatales ratificaron inmediatamente la enmienda, pero estados sureños como la Florida, Carolina del Sur, Georgia, Luisiana y Carolina del Norte tardaron casi medio siglo en ratificarla, mientras que en Misisipi tuvieron que pasar 64 años para que este derecho fuera considerado ley nacional. Esto no quiere decir que —al menos— las mujeres blancas no pudieran votar o postularse a cargos de elección (en el sur, la gran mayoría de las mujeres negras tenían vedado este derecho hasta 1965, año de la firma del Acta de los Derechos al Voto, que expande la ciudadanía plena tanto a los hombres como a las mujeres afroestadounidenses), pero muestra el carácter conservador, patriarcal, racista y excluyente que ha predominado en esta región del país.
Presidentas han fungido hasta en las democracias más jóvenes, pequeñas y agrietadas de la región, desde Argentina, pasando por Nicaragua y Panamá, hasta Brasil y Chile. Pero han tenido que pasar casi 100 años desde el derecho al voto femenino para que, por primera vez en la historia de Estados Unidos, una mujer sea nombrada como candidata al máximo cargo del Gobierno por parte de uno de los dos partidos políticos que dominan la arena electoral. Guste o no, Hillary Clinton está a cuatro meses de librar una de las batallas más importantes de su vida y que marcarán otro de esos quiebres clave de la democracia estadounidense.
En este contexto, no extrañen, pues, la percepción no solo negativa, sino también hostil, que provoca Clinton en buena parte del electorado estadounidense y la oportunidad que representa para su opositor republicano, Donald Trump, explotar rasgos conservadores y patriarcales arraigados en una buena parte del país, que incluye al ala progresista, desencantada también con el sistema.
Una de las principales críticas a Clinton es su supuesta falta de autenticidad. Pero creo que en realidad lo que se busca es que públicamente muestre vulnerabilidad. Recientemente hemos visto al presidente Obama desquebrajarse y llorar públicamente al recordar a las víctimas de la violencia por el excesivo uso de armas o por el abuso policial, pero ¿habría hecho lo mismo en campaña electoral? ¿Se le exigía este mismo tipo de vulnerabilidad? Por supuesto que no. De hecho, se le criticaba su aparente frialdad, aspecto que también se le achaca a Clinton. ¿Por qué se pide elevar aún más la barra con ella? ¿No es suficiente ser la esposa de Bill y cargar con su propio bagaje de humillaciones públicas para probar ser alguien humana y terrenal? ¿O es que en el imaginario social las mujeres tienen que aparentar ser débiles para ser tomadas en serio?
Y con esto no pretendo romantizar la figura de Clinton, cuya mano dura y cuyo realismo político no se diferenciarán en nada del espíritu de los militares que comandará si gana la presidencia. Pero a estas alturas importan más los detalles de su plataforma y programa de gobierno en favor de una economía robusta, de la protección de la niñez y la familia, de la salud reproductiva de las mujeres, de una política fiscal progresiva y de una reforma migratoria que su aparente falta de carisma. Total, la señora ha dicho que no es una política natural, pero resulta evidente que tampoco es una impostora y charlatana como su contrincante.
Dentro de cuatro años se celebrará el centenario de la Decimonovena Enmienda. Sin embargo, los Estados Unidos se encuentran hoy en una encrucijada mayor de cara a las presidenciales de noviembre. ¿Decidirán sus ciudadanos desmantelar la barrera que ha impedido la primera magistratura a la mayoría de su población eligiendo a una experta en la gestión pública o van a elegir como líder a un patriarca autoritario aprendiz de gobernante? De ello dependerá el perfeccionamiento de su experiencia democrática.
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