Pregunto: ¿qué imagen tenemos del país en el futuro, cuando el covid-19 se controle, disminuya o desaparezca, ya que la economía globalizada se está derrumbando y corremos el riesgo de que la enfermedad sea pretexto en Guatemala para consolidar el autoritarismo-racismo y limitar la libertad, la construcción ciudadana, la democracia y el bienestar de la población?
Enrique Dussel plantea la diferencia entre la ética occidental, orientada a la producción, en la cual el hombre es la medida del universo y la naturaleza objeto, se tiene libertad para destruir a esta y la historia del hombre es la historia de la naturaleza, y la ética de la vida, que, considero, es la que sustenta la cosmovisión maya: la naturaleza tiene vida, y la historia de esta es la que hace la historia de la humanidad. Ética que afirma la vida: somos fruto de la naturaleza. Tú eres madre mía y por eso yo soy, afirma Dussel.
Es la racionalidad de la cantidad frente a la de la vida, que considera factores vitales a todos los elementos que nos acompañan y donde el agua es una mediación para la vida. Dice que incluso el socialismo se orienta a la producción igual que el capitalismo a la ganancia, inmersos ambos en la ética occidental. El libre albedrío es para atentar contra la naturaleza, pasando por encima de la vida y generando efectos negativos por esa intervención.
Los mayas clásicos plantearon el origen de la vida no desde un ser divino, omnipotente, omnipresente, etcétera, como el dios cristiano, sino desde la totalidad del universo, concebido como totalidad acuosa, donde un ser (el origen) serpenteaba como un dragón, lagarto, serpiente o especie de saurio. Hoy la ciencia ha demostrado que la Vía Láctea, donde se ubica el Sistema Solar, se expande serpenteando en el infinito (Big Bang): «Entre las múltiples imágenes simbólicas que creó la mentalidad religiosa de los mayas para representar los niveles cósmicos, hay también formas animales, sobre todo grandes reptiles. De esta manera, la Tierra era un cocodrilo o lagarto fantástico al que los mayas llamaron Itzamná, que fue simbolizado, en toda Mesoamérica, por un dragón-serpiente emplumado y bicéfalo con cuerpo de serpiente, plumas y patas de lagarto o pezuñas de venado, que encarna la energía sagrada fecundante del cosmos» (Elsa Hernández Pons, Arqueología maya: la ceiba). Se creía que era origen de todo cuanto existía e imagen misma del cosmos. El Código de Dresde expresa esa concepción cosmogónica en imágenes como la siguiente.
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La ciencia occidental ha demostrado que la Tierra está compuesta mayoritariamente de agua, igual que el cuerpo humano en un 70 %, y que toda la vida depende del agua. Cuánta razón tuvieron los mayas en sacralizarla y respetarla, no endiosarla a la manera teocrática occidental.
La disyuntiva a la que nos enfrentaremos es volver, cuando el coronavirus lo permita, a la normalidad de la ética cuantitativa, occidental, capitalista-socialista, o dar un giro epistemológico, sociocultural, económico y político para asumir la racionalidad de nuestros ancestros, que plantearon un orden de relaciones con la madre naturaleza de respeto, de uso sustentable y de garantizar la vida sobre todos los valores.
Los pueblos indígenas pueden ser referentes de una ética de vida en la que lo local-comunitario sea el faro de sobrevivencia y de articulación a lo global para afirmar la vida en comunidad (no en mi comunidad, dice Dussel) y superar la modernidad individualista. Más vida en vez de más aumento de la tasa de ganancia. Simple.
Necesitamos más Estado, más municipalismo, más comunidad, pero no como la normalidad previa al coronavirus, sino formas de organización del poder basadas en el consenso y la inclusión, no en el autoritarismo ni en la hegemonía de clases y de estratos coloniales ni en poderes locales precarios ni en autoridades ancestrales atrapadas y limitadas por la simple sobrevivencia, sino como promotoras y articuladoras, horizontal y verticalmente, de visiones y acciones futuras hacia el buen vivir. Una sociedad integral y equitativamente política.
«Somos parte de una trama de voces […] somos comunidades que se anudan en la sucesión del tiempo […] siempre la comunidad detrás de la sobrevivencia. Es hora de escuchar, en estas noches de pandemia, por primera vez, el silencio del mundo, un silencio heterogéneo y que viene de lejos, un silencio que nos dice que no sobreviviremos de manera aislada […] y que lo único que nos queda es resistir al neoliberalismo y a la pandemia a través del lugar que vayamos ocupando en esos brotes de comunidad, en los que también se manifiesta la capacidad de sobrevivencia de la vida misma y de los seres humanos» [1].
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[1] Ogarrio, Gustavo. «El tiempo suspendido: pandemia y neoliberalismo». La Jornada.
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