Lo que no estamos viendo es otro nivel de afectación: el grado de deterioro social, de la confianza; la pérdida de esa cuota de energía vital. Esa pérdida es mayor que la primera.
Hace un par de años, en el marco de una encuesta de cultura política a jóvenes universitarios, tres cuartas partes de los entrevistados tenían claro que su futuroleer más
Lo que no estamos viendo es otro nivel de afectación: el grado de deterioro social, de la confianza; la pérdida de esa cuota de energía vital. Esa pérdida es mayor que la primera.
Hace un par de años, en el marco de una encuesta de cultura política a jóvenes universitarios, tres cuartas partes de los entrevistados tenían claro que su futuro tendría sentido fuera del país. Estudiar como plataforma para la exportación. Eso de contribuir al desarrollo del país es un discurso lejano y vacío. Se trata de un daño irreversible y profundo, por encima de cualquier avance de la famosa impunidad. ¿Se puede frenar esa tendencia? De momento, no. Pero tampoco a la distancia. Eso de construir o fortalecer ciudadanía ha perdido vigencia porque no tiene asidero.
Conceptos como elector, ciudadano y persona tienen en la práctica el mismo sentido. Recuerdo que hace una década o más eran varias las iniciativas orientadas a enseñar derechos, procesos llamados de empoderamiento, espacios para expandir las demandas. Ese clima tomó, en varios casos, rumbos distintos. Se aumentaron los espacios de inconformidad, y también de decepciones. Las que en principio eran dificultades que se podían sortear se convirtieron en muros infranqueables, como si fueran de concreto presforzado.
Eso de no ver futuro, respirar más que vivir, es profundamente duro. Aunque algunas condiciones puedan mejorar en el largo plazo, el perjuicio como sociedad es enorme y con alta capacidad de derrame negativo. Mientras tanto, sigamos entretenidos en una coyuntura que entretiene, divaga, engaña con tantos altibajos, pero a la vez posterga las miradas de fondo.
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