Freno súbitamente y le tomo una foto. La osadía es rápidamente registrada por uno de los guardias a quien, para salir del paso, tengo que explicarle que venimos a visitar la casa modelo del condominio.
Cuando atravieso esas enormes extensiones que alguna vez fueron selva, y respiro resabios de lo que han significado los procesos de colonización en la Costa Sur, entiendo que es necesario explorar cómo se organiza ese territorio en el tiempo. Es inevitable: la experiencia de la finca marca las experiencias poblacionales de expulsión, migración y colonización en la costa. Pero también las marca la ausencia de un Estado que se genera en un marco liberal del cual sabemos poco. “Guatemala es un estado fallido” –se escucha por todos lados. Sin embargo, la dinámica de la ausencia del Estado guatemalteco se inserta en un continuo histórico del proyecto liberal, cuya violencia le es constitutiva.
“Es un Estado que vive al día y responde a la inmediatez” –decía el historiador Juan Carlos Sarazúa el 20 de septiembre recién pasado. Suena conocido el comentario. Muy oportuno también. Pero estaba hablando de un análisis de las finanzas públicas de Guatemala entre los años 1826 y 1829.
Cosas del pasado, y algunos añadirán, “cosas del pasado MUY pasado”. Hace tres semanas, el Instituto de Estudios Humanísticos de la URL, junto con la Escuela de Historia de la USAC y la Universidad Autónoma Metropolitana, convocaron a un Congreso de Historia que reunió a investigadores/as de la región centroamericana y México alrededor del tema “Siglo XIX centroamericano ayer y hoy: de provincias españolas a repúblicas independientes”. En realidad, lo que estas jornadas de trabajo evidenciaron es que los centroamericanos –¡vaya novedad!–tenemos una asignatura pendiente en historiografía.
Nos asombra que celebremos la independencia con banderitas y con ese “espontáneo” sentimiento nacional que repartimos con sonrisas de oreja a oreja desde antes del feriado del 15 de septiembre. Nos asombra llamarle territorio independiente a este espacio geográfico que conocemos como Guatemala, nos asombra que no se conozca la historia fundacional de la región centroamericana, nos asombra –¿realmente nos asombra?– el desprecio por la historia; pero conocemos apenas unas pinceladas de lo que fue ese proceso de independencia (antes, durante y después).
Escuchando las ponencias y los debates a los que pude asistir, comprendí que hace falta profundizar en la “independencia” como problema. Nos hace falta sumergirnos en la historia del siglo XIX. Hacemos un gran salto de la independencia a la época reformista de Barrios, y todos nos arrimamos a ese palo para explicar la modernidad guatemalteca. Y aquí nos cae a todos por igual, porque estamos igual de perdidos aquellos que abogamos por una reconstrucción histórica y un no-olvido del pasado, situándolo en los confines del conflicto armado interno.
¿Ya pusimos el grito en el cielo? Que no se me malentienda: en los años setenta y ochenta se dio probablemente, la movilización campesina más importante del siglo XX, asociada a la efervescencia política en América Central con el desenvolvimiento desigual de los movimientos guerrilleros. La respuesta del Estado fue brutal. Todavía nos cuesta como sociedad nombrar el genocidio guatemalteco: sus alcances se desplazan como sombras cotidianas. Pero ni esta violencia genocida, ni las recomposiciones socio-políticas y económicas en los distintos territorios, significaron una ruptura total o definitiva con el pasado. La inmediatez histórica con la que nos acercamos a los dilemas actuales, no nos permite ver las continuidades de la formación del Estado guatemalteco. Eso es válido para el tema de la violencia, pero no únicamente: perdemos de vista y no logramos analizar en otras claves, que no sean las marcadas por el horizonte de la guerra, los movimientos políticos en gestación.
El tema de la historia –a pesar de lo que digan de labios para afuera– sigue siendo secundario en investigación, en política, en educación, etc. La independencia como problema, sigue siendo tratada circunstancialmente. Un anexo, un tema accidental, una sucursal del saber mercantilizado es el conocimiento de cómo se construyen en el siglo XIX, no sólo una forma de hacer Estado, sino también formas de hacer política y de ejercicio del poder.
Existen numerosos vacíos por colmar –decía la historiadora nicaragüense Xiomara Avendaño– entre ellos el papel de los grupos subalternos (no como grupos manipulados sino actuando en función de sus intereses), el papel del clero, la cuestión de la autonomía regional, la geografía política de la independencia y algo que me llamó especialmente la atención, la adaptación y el uso del lenguaje político liberal.
“Ciudad España”: viera usted qué bonito el lugar. No soy historiadora, pero la imagen y el título mismo del complejo dan para un tratado sobre el espectro que nos persigue. Siluetas del pasado: ¿ecos del siglo XIX? No quisiera que W. H. Auden tuviera razón. No quisiera que este absurdo de negligencia histórica muestre que vivimos en una era de ansiedad:
“we would rather be ruined than changed
(preferiríamos arruinarnos que cambiar
we would rather die in our dread
preferiríamos morir en nuestro pavor
than climb the cross of the moment
que ascender la cruz del momento
and [we would rather] let our illusions die”
y [preferiríamos] dejar que nuestras ilusiones mueran)
Nuestro sentido de la historia, tanto de nuestra historia colectiva como de nuestras historias individuales, no sólo es precario: o es trágico o es obtusamente sonriente (como el de esa gente que va caminando carialegre por la pradera sin ver el precipicio que tiene enfrente). Aquí nos hace falta entrarle en serio a la historia; una historia –eso sí– sujeta a mutaciones.
Más de este autor