La simbología que el Maestro utiliza resulta muy peculiar, puesto que sacrificar un gallo era la forma ritual con la cual se pedía perdón por una afrenta, agravio o injusticia cometida contra un inocente.
Sócrates ha sido juzgado, vencido en juicio y condenado a muerte. Las particularidades de su juicio no se pueden dejar de por medio. Sócrates aprovecha la oportunidad y no se defiende, sino hace uso de la mayéutica para enseñar a los magistrados el sentido de todas las cosas. Cuando se abre la oportunidad para que su esposa e hijos imploren clemencia ante los magistrados, Sócrates impide que esto suceda: el Maestro no tolerará los argumentos ad misericordiam para “tocar el corazón de los jueces”. Dígase esto en relación a la vista pública de Sandra Torres en la Corte de Constitucionalidad (CC).
Recuérdese también que, mucho antes de este juicio, años atrás, Sócrates ha consultado el oráculo para conocer su destino. La respuesta ha sido muy clara: “El filósofo debe morir por causa de redimir a la ciudad”;… “un justo debe de morir por los muchos pecadores”. Por eso es que afirmo, Sócrates es el primer Cristo: el original. Este primer Cristo pone su vida por redimir a Atenas, aquella a la que el mismo ha llamado “La ciudad de los cerdos”. Una ciudad que no piensa sino en otra cosa más que en beber, comer, fornicar, adquirir riquezas, tolerar las injusticias y, sobre todo, hacer de la ley el instrumento de los poderosos (como bien lo expresaba Trasímaco). La ciudad de los cerdos podría ser la Guatemala urbana.
El defensor de la verdad, imputado en el juicio con cargos falsos y graves: 1) corrupción de jóvenes y, 2) enseñar a adorar otros dioses que no sean los dioses de la ciudad. Como todo aquel que pone el dedo en la llaga, Sócrates debe soportar los agravios dirigidos a su integridad. Misma situación que en su momento sufren Falcone, Borsellino, Castresana y tantos otros: cuando la bestia del mal se ve ofendida, no puede sino desprestigiar de forma anónima.
Sócrates, entonces, marcará una ethos de vida único: la vida como escándalo de la verdad. La noción de parresia: hablar con franqueza aun poniendo en riesgo la propia vida. Y al final de su vida, cuando la sentencia de muerte debe cumplirse y teniendo incluso a su disposición la posibilidad de escapar, Sócrates afirma: “Si en las plazas he enseñado a respetar la Ley… ahora que me es contraria e injusto, ¿haré diferente?”. Valga el siguiente argumento en cuanto a la actitud apropiada frente al fallo recién de la CC.
Se esperaría que esta sea la actitud a emular por Sandra Torres. Allí el concepto de madurez política. Sin embargo, habría que sacrificar un gallo ante tal injusticia. No se comete la injusticia dicho sea de paso al violar “los derechos humanos” o “la soberanía política de los llamados acarreados”. La injusticia se comete cuando una Corte argumenta fallar en base a derecho cuando, históricamente, ha fallado para favorecer intereses de tabacaleras, transnacionales y multinacionales. Los antiguos entendían que del manzano no se producen peras y, por lo tanto, en base a naturaleza, de lo injusto no puede emanar justicia. La buena ley triunfará únicamente cuando se respete el derecho a la vida, cuando la gente no se muera por falta de alimentos, cuando la impunidad no esté garantizada, cuando los fallos no favorezcan al poderoso. El país no es mejor por este fallo.
Por ahora, hay que beber la cicuta, sacrificar el ave y desistir. En lo que a Guatemala concierne lo mejor, a raíz de esta experiencia, sería modificar la Constitución para adecuarla a los tiempos actuales. Pero sobre todo, dejarse de hipocresías: si existen personas que hacen casi todo por una persona que les lleva una bolsa con frijol y maíz y que incluso, rompen en llanto cuando les dicen que su candidata no competirá en las elecciones… es que no se trata de acarreadas simplemente. Se trata de una realidad compleja, invisibilizada y negada en esta ciudad de los cerdos: la llamada desigualdad extrema.
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