Es época de pensar sobre la coyuntura económica por la que atravesamos: no es buena. La Junta Monetaria recién ajusta a la baja la estimación de crecimiento económico para este año, y es un ajuste metodológicamente correcto, pero aplicado a tasas de crecimiento históricamente bajas. Los analistas opinan que la situación política que ha madurado desde el año pasado influye en la desaceleración de la economía. Y razón han de tener desde que sabemos que «la política es la expresión condensada de la economía».
Las causas de esta desaceleración provienen de las expectativas racionales de los agentes económicos. Hay menos inversión y no se demanda crédito productivo al sector financiero. Existe incertidumbre ante el anuncio de una modificación de las tarifas de los impuestos. Y para cerrar, el inventario primario de las causas, el gasto público, se encuentra deprimido por varias razones.
Y ante la coyuntura, los instrumentos con los cuales el sistema económico nacional cuenta parecen ser limitados al pasar de la teoría a la práctica. No se puede motivar la exportación con medidas cambiarias porque sería inútil ante la inelasticidad del precio de los bienes exportables. Tampoco se puede impulsar el gasto público para suplantar la falta de inversión privada, ya que el Estado no cuenta con recursos ni proyectos para hacerlo. Y la lista continúa con un respetable etcétera.
Si de ciclos hablamos, la suma de las coyunturas nos marca la estructura. Y entonces el chucho no solo está atado de manos, sino también de patas. Hay que revisar el modelo de desarrollo, si es que tenemos alguno vigente, y en esa realineación debemos también establecer cuáles son las condiciones de competitividad necesarias para un crecimiento económico sostenido que nos dé, en algún momento, el salto de cuantitativo a cualitativo en materia de desarrollo.
No podemos seguir apostando a obtener competitividad mediante salarios bajos, sacrificios fiscales o desperdicio de recursos naturales. No es sostenible en el largo plazo, y se ha demostrado que su desempeño en el corto plazo es mediocre. Ahí están los cambios que se deben hacer para desatar al chucho y permitir que se tengan instrumentos para manejar la coyuntura y construir la estructura.
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