Así es y así ha sido desde 1524. Es ley social, no formal, que se aplica y tiene efectos concretos en el mantenimiento del Estado colonial, de los grupos de poder y de sus privilegios. Como toda ideología de falsa supremacía, es interiorizada y practicada por la mayoría de la población, inducida por la educación, la religión, los medios de comunicación y el ejercicio violento y discriminatorio del poder político. De esa cuenta, el indígena es el depositario de todo lo negativo y peligroso para el Estado, enemigo del desarrollo y enemigo interno, según el Ejército en la guerra del 80 del siglo pasado.
En tanto, el colonialista es el depositario del llamado chauvinismo violento, que instila toda la estructura social por medio de sus voceros en los medios de comunicación generando temores y enemigos. Dice Jeffrey D. Sachs[1]: «Siempre se puede conseguir que la gente haga lo que quieren los líderes. Es fácil. Solo hay que decirles que están siendo atacados y acusar a los pacifistas de no tener patriotismo y de poner el país en peligro. Funciona igual en cualquier país». Para entender mejor basta leer el discurso trumpiano de Pedro Trujillo, Alfred Kaltschmitt y otros comunicadores subalternos, en el cual se capta la fijación antiindígena que los aprisiona y motiva.
En esa racionalidad indolente, los mayas precolombinos son eternos y recreados en el imaginario social de los racistas para sustentar y validar la doble moral que aqueja a todo buen colonizado. Aparecen en los promoción turística, en el Ejército (kaibiles), en el ballet folclórico del Estado, en el Día de Tecún Umán, en los museos antropológicos, arqueológicos y de trajes típicos, en los templos de Tikal y de El Mirador, en el vestuario de las participantes en Miss Guatemala, en zapatos, en carteras y en la algarabía nacionalista de los defensores de la patria del criollo. Loas al maya muerto y criminalización del vivo es la consigna.
Por lo anterior pasan las cosas en este país: el veto a la ley de comadronas; la indignación de la élite económica por las intenciones de constitucionalizar el derecho indígena y de legalizar formalmente las consultas comunitarias, que han traído al suelo los depredadores megaproyectos de minería y de hidroeléctricas; el rechazo legislativo a la ley de desarrollo rural y a la iniciativa de proteger la propiedad intelectual de las tejedoras mayas; el desconocimiento, la persecución y el encarcelamiento de autoridades ancestrales; el intento de imponer la llamada ley Monsanto en contra de las semillas nativas; la negativa de oficialización de los idiomas mayas; el rechazo a incluir en la Ley Electoral y de Partidos Políticos la proporcionalidad étnica; la debilidad intencionada de la educación bilingüe intercultural; la casi nula aplicación del Convenio 169 (que es constitucional) y del Acuerdo de Identidad de los Pueblos Indígenas; el ataque, inventando temores, a la consulta popular de 1999 y… Paremos de describir retrospectivamente porque no alcanzaría el espacio para incluir los hechos que revelan el rechazo a lo indígena y el racismo imperante y negado.
La Guatemala diseñada y construida por el racismo y la racionalidad indolente se está cayendo a pedazos sobre las espaldas de la población, indolente también, que ve normal lo que pasa hasta lo imposible, lo irracional, lo extremo. Rafa Martí, en su artículo Todo lo que nos parecía extremo ahora ya es normal: ¿hay algo que podamos hacer?, dice que «existen decenas de casos que nos señalan que no paramos de convertir lo imposible en posible y lo anormal en normal. La normalización tan solo llega cuando la realidad de lo extremo es aplastante e irreversible y poco se puede hacer contra ella».
En ese sentido, en el proceso de descolonización tenemos que formular racionalidades alternativas en las cuales no se haga una división entre distintas cosmovisiones ni se excluya dentro de ellas la de los pueblos indígenas, cuya racionalidad no entendida ni aceptada es más responsable y armónica. De sentido común, como dirían las autoridades ancestrales. Solo articulando prácticas y saberes de los distintos pueblos que habitan Guatemala se puede construir la Guatemala incluyente, democrática y plural.
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[1] Artículo Los tres Trumps. En Iripaz, Guatemala.
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