De los discursos de Efraín Ríos Montt recuerdo muy poco porque, pensándolo bien, no eran análisis ni mucho menos orientaciones sociales, sino órdenes y consignas breves. El famoso «¡usted, papá!; ¡usted, mamá!» con que adoctrinaba los domingos por la tarde me sirve para bromear imitando aquel acento ochentero militaresco que se hizo famoso gracias al golpe de Estado.
Paso lista a los presidentes que lo sucedieron y, sin mala intención, reconozco que mi memoria eliminó mucho —o casi tod...
De los discursos de Efraín Ríos Montt recuerdo muy poco porque, pensándolo bien, no eran análisis ni mucho menos orientaciones sociales, sino órdenes y consignas breves. El famoso «¡usted, papá!; ¡usted, mamá!» con que adoctrinaba los domingos por la tarde me sirve para bromear imitando aquel acento ochentero militaresco que se hizo famoso gracias al golpe de Estado.
Paso lista a los presidentes que lo sucedieron y, sin mala intención, reconozco que mi memoria eliminó mucho —o casi todo— de los discursos de Óscar Humberto Mejía Víctores y del licenciado Marco Vinicio Cerezo Arévalo que escuché durante mis años de primaria.
Del que tengo una imagen complicada es del ingeniero Jorge Serrano Elías, pero no por sus obras o méritos, sino por el Serranazo de mayo de 1993 y por las propiedades que él tiene en Panamá. Del licenciado Ramiro de León Carpio recuerdo muy poco, tal vez porque no fue elegido por votación popular, sino que fue nombrado presidente de Guatemala por el Congreso de la República después de la salida de Serrano Elías.
En realidad, no me siento culpable por la poca información que manejo de los presidentes mencionados. Puedo justificar que era pequeño y que me preocupaba más llegar temprano a la escuela y hacer la fila para recibir la galleta escolar y el vaso de Incaparina que estar atento a los discursos presidenciales. A esta justificación le sumo que no teníamos acceso frecuente a Internet, mucho menos a Twitter o a Facebook, para seguir las transmisiones en vivo de la fanpage del Gobierno de la República.
[frasepzp1]
De Álvaro Arzú Irigoyen tengo más recuerdos, pero no tanto por su mandato presidencial (1996-2000) como por su trabajo en la Municipalidad de Guatemala (2004-2018). De Alfonso Portillo me viene la imagen del momento en que lo subieron al avión para que enfrentara el juicio en Estados Unidos por lavado de dinero. Y de Óscar Berger tengo en mi memoria el día que recibió al que sería Latin American idol, Carlos Peña, en Palacio Presidencial. ¡Vaya recuerdo de su administración!
Después de tan triste y pobre recorrido de mis memorias de las personas que han dirigido el poder ejecutivo de la república de Guatemala aparecen Álvaro Colom y Otto Pérez Molina. Gracias a la aparición de Facebook (2004) y de Twitter (2006), considero que hemos tenido acceso a más información. Lo triste —o lo más divertido— es que lo más buscado sean el audio de Colom y Alejos sobre Sandra Torres y las escuchas telefónicas de Otto Pérez presentadas durante la audiencia de primera declaración ante el juez Gálvez (si el uno era el «1» y si la dos era la «2»): juicios muy entretenidos que nos acercaron al lenguaje jurídico y al Código Procesal Penal.
Pero siempre hay una nueva oportunidad para remediar los errores. Y así, luego del breve mandato de Alejandro Maldonado Aguirre, decidí cambiar de actitud e interesarme por los discursos, análisis y declaraciones del presidente de mi país. Lo seguí en las redes sociales y estuve al tanto de las transmisiones en vivo, de los viajes oficiales y de las entrevistas internacionales. A meses de entregar la banda presidencial, me siento frente a la computadora y hago un recuento del tiempo invertido desde el 14 de enero de 2016 hasta el día de hoy.
Estoy seguro de que tanto escuchar al presidente formó y enriqueció mi lenguaje político. Trato de navegar en mis memorias y de sintetizar en una frase su legado constitucional. Me detengo y pienso por un momento en lo que dijo e hizo. Inmediatamente siento tristeza y frustración y me declaro nuevamente culpable porque no logro conectar sus discursos y decisiones con los resultados obtenidos. Pero, momento, una frase asoma y me tranquiliza. Y me la repito una y otra vez. ¡Cero bolas!
Más de este autor