A las 14 horas de ese jueves se cumplió el epílogo del hechizo que cautiva a quienes caen en la seducción de un individuo de baja estatura y vestuario negro, pues falleció Celso Lara Figueroa (1948-2019), el hombre que durante la mayor parte de su presencia física en este mundo defendió nuestra tradición oral, la promovió y le dio brillo.
Comprometido y apasionado al cien por ciento por estimular aprendizaje, análisis y discusión, Lara Figueroa fue un docente que se ganó el respeto, el cariño y el reconocimiento de quienes asistieron a sus clases, además de un profesional admirado por quienes lo acompañaron en las diversas disciplinas en las que dejó huella.
Ser hijo de don Celso Lara Calacán y de doña Jesús Figueroa Villagrán (e. p. d.), dos de los maestros de antes, de los de a de veras, y ser vecino del barrio de La Recolección en el centro histórico de la Nueva Guatemala de la Asunción marcaron vida y obra de Lara Figueroa, identificado desde su niñez con los rasgos que delinean el ser guatemalteco.
Y es que, desde su amplia producción plasmada en cátedras, columnas, ensayos y libros, Celso nos llevó de la mano por los viejos barrios para presentarnos al Sombrerón, a la Siguanaba, al Cadejo, a la Llorona, a las Ánimas Benditas y a los penitentes de la noche, entre otras expresiones que él se ocupó en mantener vigentes para que caminen de generación en generación.
Uno de los lugares por donde pudo impulsar sus aportes fue el Centro de Estudios Folclóricos (Cefol) de la Universidad de San Carlos de Guatemala, cuyas puertas abrió de par en par a quien las tocó para conocer y saber y que, irónicamente, a él le fueron cerradas por autoridades sin la sensibilidad que merecía tratar el caso de quien bien había servido.
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Heredero intelectual de su padre, quien fue maestro de capilla en la Catedral Metropolitana y organista principal del templo de San Agustín, Celso fue una eminencia en materia musical gracias a su entrega a los estudios, actitud que le permitió prepararse en universidades de Sudamérica cuando no era usual tener esas oportunidades, pero que él las alcanzó por sus créditos académicos.
Por cierto, esa inclinación por los acordes no fue casualidad, ya que, así como el seno familiar orientó su andar por la historia y la antropología, la naturaleza propició que naciera muy cerca del 22 de noviembre, el día que rinde honores a santa Cecilia, la patrona de los músicos. De hecho, Celso fue fundador de los cursos de Etnomusicología, Musicología y Organología en la USAC.
De la relevancia de Celso dan fe sus contribuciones, que fortalecen el acervo cultural y se ven patentizadas por las experiencias compartidas con quienes en diferentes momentos estuvieron cerca de él, como sus colegas Manuel Juárez Toledo, Roberto Díaz Castillo, Haroldo Rodas y Carlos René García Escobar, con los que ahora vuelve a entrar en una conversación de la que también participa el Cantor del Paisaje, José Ernesto Monzón, uno de los colaboradores del Cefol.
También están en la lista aquellos a quienes él encantó y vio como pregoneros y pregoneras de la identidad guatemalteca: Miguel Álvarez Arévalo, Fernando Urquizú, Anantonia Reyes Prado, Ofelia de León, Claudia Dary, Xóchitl Castro y Deyvid Molina, entre otras personalidades que desde el enfoque científico siguen brindando aportes para conocer e interpretar la realidad nacional.
Lara Figueroa no fue un cuento, sino una leyenda que espanta la ignorancia y motiva el amor por lo nuestro. Fue aprendiz y también maestro. Para él, la historia está en cada callejón, se recorre y se encuentra porque, por muy increíble que se oiga una hazaña, la verdad es mágica y Guatemala es grande por sus tradiciones populares. Celso ahora enseña desde arriba. Su palabra se ha apagado, pero su legado es imborrable. En paz descanse.
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