La mejor forma de iniciar una transformación es comprendiendo lo que se quiere cambiar. En ese sentido, es un paso fundamental explorar los orígenes del caudillismo y entender por qué se ha arraigado tanto en la cultura política guatemalteca.
Los largos y constantes períodos dictatoriales que consolidaron la concentración del poder del Estado en una persona o en superhombres configuraron una mentalidad que responsabiliza de lo que acontece en las diferentes dimensiones del Estado únicamente a la figura política que ejerce el poder en el Ejecutivo o en el partido. Se normalizó así la idea de que, en administración pública, solo a esa persona hay que obedecer, fiscalizar, culpar o admirar. La consistencia en el tiempo del modelo dictatorial de gobierno en Guatemala tampoco permitió que se practicaran mecanismos democráticos en la vida cotidiana. El rol de los partidos políticos existentes se limitaba a cumplir el proyecto político y económico del partido, que estaba en función de las necesidades y de los privilegios de uno de los bandos de las élites: la élite liberal conservadora (o centralista) o la élite liberal radical. Lo anterior se suma a un clientelismo político que ha evolucionado y se ha profundizado a través del tiempo premiando el servilismo, castigando el esfuerzo, creando corruptelas en las instituciones del Estado y anulando cualquier forma de carrera política.
Pareciera que el pacto de translationis[1] tomó cierto rol en la cultura política guatemalteca, se constituyó en una herencia monárquica que se expandió a Guatemala y tuvo como resultado que la soberanía del Estado radicara en la autoridad y que esta figura, en articulación con las élites, ejerciera el pleno control del aparato estatal hasta que los movimientos populares y las élites, o una facción de estas, decidieran reemplazarlo por otro caudillo o dictador y recobraran así la soberanía otorgada. Es decir, la baja concepción y casi nula defensa de la soberanía también fortaleció el caudillaje en el país.
Según Regina Wagner y Edelberto Torres-Rivas, las características mencionadas constituyen dinámicas que pueden responder a una «incapacidad política congénita de las poblaciones» o «a la ausencia de madurez política», que han permitido el arraigo y la consolidación del caudillismo en la cultura política de los guatemaltecos. Mientras tanto, los factores que han favorecido que el caudillismo se mantenga vigente en la cultura política nacional son 1) la costumbre de obedecer a una autoridad constituida y visible antes que a los programas de gobierno, 2) el amiguismo y el compadrazgo político, 3) la prevaleciente mentalidad de natural insubordinación a las ideas abstractas de soberanía y división de poderes, 4) una estratificación social basada en la subordinación de los pueblos conquistados por las armas, 5) el analfabetismo y la enseñanza de una educación cívica pero no política y, por último, 6) la ausencia de infraestructura, las crisis económicas y políticas y la intromisión de potencias extranjeras.
La tradición antidemocrática es un legado de la propia formación del Estado. Desde sus bases se establecieron los mecanismos que han impedido el desarrollo de la participación política de las grandes mayorías en la toma de decisiones. A la vez, las clases dominantes han velado por mantener sus privilegios e intereses económicos antes que impulsar prácticas y condiciones democráticas en el sistema político y una agenda económica más amplia, que integre a los diferentes sectores productivos. En cambio, han fracasado administrando el país y no lo han podido dirigir hacia un auténtico desarrollo.
[1] Teoría medieval que sostiene que el poder del rey deriva del pueblo y que, al quedar vacante el trono, el poder revierte nuevamente al pueblo.
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