Además, claro, de misa dominguera y fiestas de guardar. Durante muchos años tuve problemas existenciales sobre la religión en general y la que se me quería imponer, hasta el punto en que entrar a una universidad jesuita no era precisamente lo que más me atraía.
Desde hace más de un año hemos estado con un gran equipo de nuevos amigos, que es también equipo de trabajo, organizando una reunión mundial de jóvenes católicos. La Jornada Mundial de la Juventud es un encuentro y una fiesta de la fe que se realiza cada tres años, compartiendo otras formas de prácticas católicas desde la juventud. Fue pensada por Juan Pablo II como una forma efectiva de llevar el mensaje evangélico a otros países y a otros jóvenes.
Cuando se me pidió colaborar en esta organización, pues dudé mucho en participar, porque no estaba convencida de mi ser católico. No estaba segura de estar de acuerdo con una religión que busca, aparentemente (y muchas veces de forma muy concreta), imponer criterios y juicios morales. Pero cuando llegué a la cita de presentación de las tareas a hacer, y escuché entre las participantes presentes todo lo que no me gustaba de ser católico, pensé que estaba en el lugar indicado. Es que no me podía quedar callada, y debo aceptar que adentrarme en los espacios de jóvenes católicos me daba mucha curiosidad.
Después de un año y medio de trabajo —antecedido por un año la Escuela Laical del decanato 5, para saber si podía “dar razón de mi fe” desde el estudio, con profesores de la talla de Padre Juan Manuel Cua y Padre Manuel Abac— , me doy cuenta de que me identifico profundamente con el mensaje esencial del catolicismo. Me identifico, por ejemplo, con el mensaje de amor, solidaridad, fraternidad (entendida desde la hermandad humana y divina), de construcción del Reino de Dios que no es más que la aplicación de la justicia social. Me emocionó al leer a un valiente Jeremías que despotrica contra los gobernantes y los terratenientes, y dedico unos cuantos versos del Cantar de los Cantares. Me veo en un Jesús histórico, que rompe con la vieja alianza del Pueblo de Dios, y que no deja fuera de su trato justo a cualquiera con el que se encuentre.
A través de la experiencia de la preparación del “Camino a la Jornada”, me doy cuenta de que esas 12 tribus, tan diferentes y tan unidas en el mensaje, es lo que sigue siendo nuestra Iglesia Católica. La unidad en la diferencia es, precisamente, una práctica espontánea en los jóvenes católicos que he conocido durante estos meses. La oración, la acción pastoral, el estudio y la investigación, el agradecimiento, son algunos de esos carismas que se viven en la juventud católica. Pero ante todo hay algo que compartimos todos, y es la alegría de la esperanza.
Muchos católicos, y lo digo por experiencia, nos echamos las chelitas de vez en cuando, bailamos bastante, molestamos, criticamos posturas intolerantes hacia identidades culturales y sexuales. No tenemos problemas en recibir críticas y poder discutirlas. Admiramos a Maximiliano Kolbe, Ignacio de Loyola, los padres mártires de la UCA de El Salvador a Gerardi y a mujeres como Edith Stein. Y nos encontramos en ellos al querer encontrar en toda acción humana el reconocimiento de la dignidad de la persona humana. Algunos tenemos serios problemas con el sacramento de la confesión y el matrimonio (sobre todo en eso que las mujeres tienen que ser obedientes al marido). No todo es color de rosa.
En los círculos en los que muchas veces comparto con amigos, con intelectuales, con universitarios, la religión no siempre es vista como lo que acabo de describir. La crítica a la Iglesia como institución, como creadora de mecanismos de control y de culpa malsana, el apoyo a proyectos políticos conservadores, son recurrentes. Muchas veces fundamentadas en hechos concretos y es, precisamente, en estos aspectos que muchos católicos nos sentimos decepcionados de nuestros pastores o de nuestros prójimo. Pero otras veces no.
Con lo bueno y lo malo, el ser católico nos da a muchos un sentido de vida y de trascendencia. Así que me he sido sincera también en este proceso de conocimiento de la religión en la que crecí y que ahora asumo de muy buena gana. Soy católica, ¿y qué?
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