El clásico tema respecto a la rigidez del mandato presidencial aparece otra vez en la mesa de discusión. No parece que los politólogos hablemos del clásico debate Linz-Nohlen, sino del eterno y recurrente debate Linz-Nohlen. El argumento lapidario de Juan Linz respecto al problema que establece la rigidez del mandato presidencial parece confirmarse de nuevo. Inicialmente, la crítica de Linz se refería al coup de 1973 en Chile, pero tiene vigencia actual. Parafraseo: «Cuando en los regímenes presidenciales existe descontento popular respecto a la calidad de la gestión presidencial, se tiene el problema con relación al mandato presidencial fijo (darle terminación antes de la fecha establecida), y esto […] conduce a salidas extrainstitucionales, a diferencia de los regímenes parlamentarios, donde basta con romper la coalición de gobierno».
Así las cosas, la interrupción del mandato presidencial es un tema muy grave. Y cualquier politólogo sabe muy bien que, independientemente de que se trate de tanquetas en la calle, de manifestaciones populares o de la amable sugerencia de una junta militar, interrumpir el mandato fijo del término presidencial es un coup. Por donde se vea. Por ello muchos politólogos latinoamericanistas habían dicho que el mandato revocatorio de corte latinoamericano son «las tanquetas en la calle». Un vicio que, por cierto, América Latina debería haber sido capaz ya de abandonar en pro de mejoras de reforma institucional hacia dentro de los regímenes presidenciales. En cuanto al tema, precisamente autores como Jorge Lanzaro se han dado a la tarea de estudiar los esfuerzos por «parlamentarizar» el régimen presidencial introduciendo algunos componentes concretos, entre ellos la figura del mandato revocatorio, cual herramientas que oxigenan un régimen presidencial. La administración del presidente López Obrador en México está considerando fuertemente esta posibilidad y, a diferencia del chavismo, le dará un carácter vinculante al resultado del revocatorio.
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Si la interrupción del mandato presidencial es un viejo vicio latinoamericano, aquí va otro clásico para los politólogos: el pretorianismo. Headrick definió el pretorianismo como una «influencia política abusiva ejercida por algún grupo militar hacia dentro del particular régimen de gobierno». Dicha influencia tiene, desde la perspectiva militar, la lógica de corregir el rumbo que la administración presidencial conducida por un civil ha tomado. Y, dicho sea de paso, este fenómeno de carácter histórico ha sido común en buena parte de América Latina, así como recientemente en Turquía. Es el pretorianismo un militarismo hacia el interior, uno con el cual, ante el hecho de que ya no es necesario ganar guerras en el exterior, se pretende influenciar hacia dentro. Al respecto, Huntington fue aún más lapidario cuando definió el pretorianismo como «un producto no de razones militares, sino de políticas cual manifestación específica propia de las sociedades subdesarrolladas […] esencialmente, se observa […] por el bajo nivel de institucionalización política, que le impide al sistema político cumplir su rol natural de mediador de los conflictos sociales». Y por esto el estamento militar se inserta en la dinámica política.
Parece que América Latina no aprende de sus viejos vicios. Y, sin duda, la calidad democrática del continente se ve afectada.
Pero, hablando de esta condición de la calidad democrática, hay que traer a colación un punto fundamental para cualquier politólogo en formación. Y este es que democracia no es solo cuestión de tener elecciones y de ganarlas, sino de hacer énfasis en bajo cuáles reglas se juega en democracia. Como lo apunta Levitsky en su último texto, Cómo mueren las democracias, se debe ser (parafraseo) escéptico ante aquella situación dentro de algunas (semi-) democracias donde a la oposición política le cuesta mucho ganar las presidenciales y donde el oficialismo las gana recurrentemente (y de forma fácil). Al final del día, que un oficialismo gane recurrentemente y de forma continua las elecciones presidenciales (sobre todo si se tiene la reelección ininterrumpida) requiere fundamentalmente que este modifique a su favor las reglas del juego ya sea por vía del famoso gerrymandering (como ha sucedido en Venezuela desde la instauración del chavismo) o por vía del fraude electoral.
Y precisamente sobre lo anterior es sobre lo cual los politólogos jóvenes con vocación democrática deben reflexionar.
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