En todo caso, la competencia es cerrada.
La ventana revela una ciudad de Guatemala cubierta por vientos que desplazan a las nubes lentamente mientras una ambulancia trata de abrirse paso en el tráfico denso de la avenida Reforma. Tengo por delante varias reuniones en las que se hablará sobre cómo se reduce el espacio democrático en el Istmo, y no faltarán las menciones a la entrada en prisión de otro gabinete completo de un gobierno pasado. Cafeína, paciencia, un partido de la Champions, más cafeína, correos electrónicos perdidos y encontrados en el servidor… Otras reuniones.
En el intermedio, sonrío al encontrarme en las redes una publicación en la que se me cita recomendando La hija del fletero (Lobo suelto, 1993), la canción de los Redonditos, como una gran canción de amor. Desencuentros de amor como aquel al que le canta el Indio Solari no sobran en la vida, aunque conozco a alguien a quien dejaron en una playa de Belice y, antes de irse al descenso, afortunadamente se enredó con una mujer a la que conoció en el bar y a la que había elegido para ahogar las penas al ritmo de Never Tear us Apart.
Existen amores desesperados que se reflejan en himnos de macho llorón, de aquellos que los borrachos repiten en las madrugadas. Hay amores de aquellos que matan y nunca mueren, de los que habla Sabina en Contigo —y que particularmente me gustan más en la voz de Nina Pastori—. O simplemente canciones de mal gusto como Oh, Love!, de Green Day, comparable al reguetón en general.
Hay amores también de aquellos que tienen por vicio la cordura, que perduran y llevan todos los días niñas a la escuela y esposa al trabajo —y que te piden inexplicablemente que quites Electric Funeral (Black Sabbath, 1971) de la radio argumentando que no es música para empezar el día—.
Pero, si de amor se trata, no hay otro como el de mi padre por su equipo de futbol. Una vida completa dedicada a un club de raigambre popular y obrera que nunca ha ganado un campeonato —seguramente lo hará algún día— y que, como en La hija del fletero, se ha ido al descenso y ha resucitado de entre la B y la segunda categoría en varias ocasiones. Las escasas alegrías de su hinchada valen para reforzar hasta el infinito una pasión no correspondida que en mi familia fue heredada de un abuelo que los domingos estaba ya en el estadio, ya frente a la radio, cuando el equipo jugaba de visitante —incluyendo el característico puñetazo a la radio si el equipo perdía—. Amor del bueno.
Escucho a The Cure con Love Song mientras cruzó la enésima venta callejera de flores. Espero que el negocio haya resultado provechoso para los vendedores ambulantes. Al revisar las estadísticas, seguramente el empleo informal se mostrará estable o creciendo. Señal inequívoca de que cada oportunidad cuenta para poner algo sobre la mesa.
Better Off Dead, de los Blackwater Fever, repite «this love has turned black and blue; / so I’m better off dead to you» mientras me acerco a casa. Terminó el día feliz de haber sobrevivido a la marea de San Valentín y recordando que seguramente los de Les Luthiers escribieron una de las mejores canciones para esta ocasión con Siento algo por ti, que merece ser vista en este vínculo.
Sin embargo, me iré a la cama al ritmo de All of my Love, de Led Zeppelin, con mis hijas en brazos. Amor del bueno (otra vez).
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