Es el momento en que la política se pone “de moda”, inundando exteriores con vallas, carteleras y hasta camionetas; interiores, con dos de cada tres anuncios con propaganda en radio, prensa y televisión; y como entremés en encuentros de negocios y conversaciones entre vecinos, familia, amigos y hasta enemigos.
¿Pero a qué profundidad podrá el ciudadano de a pie escudriñar y reproducir información relevante dentro de esta escéptica, desmotivada, apaciguada, desigual y polarizada sociedad guatemalteca? Empecemos dando unos brochazos a manera de introducción al análisis del tema clave de la comunicación en tiempo de elecciones (los matices los iremos analizando en una serie de columnas durante las próximas semanas).
Por un lado, analizando el proceso desde el lado de los diseñadores de las campañas, podemos ver que tristemente Guatemala da síntomas inequívocos de un mal que, a juzgar de los hechos, no hay ni ciencia, ni dinero, ni nivel de soporte social, ni creencia religiosa, ni diferencia de género que ayude a mitigar: síndrome de estancamiento reproducido.
Es realmente interesante si uno observa que ni los partidos con mayor intención de voto, ni con más o menos dinero del narco (o del no-narco), ni con el candidato que tiene más alto nivel académico (o el que se haya comprado el honoris causa), ni el que representa los valores, ni la que representa y ha trabajado por las mujeres (que ya se cuentan varias, pues se creen la estrategia barata de prestarse de forma utilitarista a “ser la imagen femenina” para una razón de acción afirmativa de género o para tratar de tomar votos a la candidata del partido oficial) hacen la diferencia en la campaña electoral que estamos viviendo.
Es irónico. Todos dicen que son representantes de una forma o de otra del cambio, pero ninguno da señales de ello.
Todas las campañas están basadas en publicidad barata; en su contenido, porque en la inversión es todo lo contrario. Es una publicidad de cascarón, que hasta ofende. Hasta el tono de voz les sale actuado. No se habla de propuestas concretas de temas álgidos: el narcotráfico, la reforma fiscal, el uso de recursos naturales, la desnutrición, el modelo de desarrollo económico que nos saque del agujero donde estamos. No se transparentan los fondos de las campañas. No se demuestra la probidad de los candidatos. Los avances de la tecnología no sirven para más que para mejorar la calidad de imagen y sonido de las piezas publicitarias. Claro, es en las zonas urbanas, donde hay más acceso a televisión y prensa, que son la publicidad que lleva más alto costo. Pero de contenido, todos lanzan pura propaganda, con intención de convencer, de conducir las emocionalidades, llenos de... nada.
En las áreas no urbanas, también a la usanza de siglos de los siglos: mítines con regalitos, radio y últimamente cable (a donde llega y también manejado por el “cacique” del pueblo). Contaminación visual impresionante. Vallas y postes pintados. Piedras y hasta cuadras completas de casas pintadas de colores y símbolos de los partidos (que, claro, no es tan diferente a casas pintadas con marcas de refrescos gaseosos o empresas telefónicas). Para asambleas, también lo típico. Acarreaderas de personas, almuerzo gratis, más regalitos. Pero tal vez sí hay algo diferente a campañas anteriores. La presencia de los dineros salidos del narco-negocio se hacen sentir. Por el costo de los regalitos y sobres bajo (o sobre) la mesa e incluso por ausencia de campaña. En un sondeo con colegas que trabajan en los departamentos del país, comentan que en algunos pueblos, los candidatos que “ya se sabe” que van a ganar, se dan el lujo de ni siquiera hacer campaña. Y más aún, ni responden entrevistas ni van a los medios.
Los medios de comunicación masivos tradicionales (radios comerciales, televisión, prensa) tienen un papel altamente relevante que cumplir si quieren colaborar a que el síndrome no siga creciendo. El contenido noticioso debe ir más allá de la mera cobertura de los eventos y agendas electorales de los candidatos, de las encuestas o de las noticias que éstos generan, aparentemente repartida proporcionalmente a los diferentes partidos en contienda. Los ciudadanos necesitamos información que nos ayude a “desenmarañar” las candidaturas, campañas, mensajes, trampas, obscuridades y ambigüedades. Necesitamos conocer opiniones no tendenciosas e imparciales de especialistas y técnicos. Necesitamos que nos digan lo que los spots, cancioncitas, vallas y eslogan no nos dicen. ¿Será posible que los intereses particulares, comerciales y políticos permitan a los medios cumplir su función y compromiso con la democracia o serán parte del mismo síndrome que la enferma?
En cuanto a los medios electrónicos (que analizaremos a detalle en una columna exclusiva para el deleite de la crítica), el síndrome es aún más grave porque alcanza a los ciudadanos como hacedores y estrategas que reproducen el modelo de estancamiento por sí mismos. Se supone que las redes sociales representan la nueva ola y abren posibilidades para mayor interacción, organización y participación. El recurso que todos quieren explorar y explotar. Lo que llevó a Chris Hughes, uno de los fundadores de Facebook, a convertirse a sus 24 años en el “chico que hizo a Obama presidente” (http://www.fastcompany.com/magazine/134/boy-wonder.html) y revolucionó la forma de hacer política en el mundo (http://bits.blogs.nytimes.com/2008/11/07/how-obamas-internet-campaign-changed-politics/).
Los medios electrónicos, son canales donde los ciudadanos tienen potencial de convertirse en emisor y no simplemente receptor. Donde pueden organizarse, proponer, exigir, dialogar. Sin embargo, un simple análisis nos revela que no es más que reproducción de lo mismo: pura transmisión de información emocional, mensajes superfluos y ataques a oponentes. Y esto es más preocupante porque los usuarios son en su mayoría las jóvenes generaciones que se supone deberían representar el cambio hacia algo mejor. Y, sin embargo, vemos que el modelo de medios tradicionales y campañas tradicionales simplemente se reproduce. Aquí ya no son simplemente los estrategas de los partidos a quienes podemos culpar. Sino los mismos ciudadanos que están reforzando el mismo esquema de lo que muchas veces critican.
Por ejemplo, un vistazo a Facebook denota que las páginas de los candidatos y partidos se usan para mensajes emotivos sin mayor contenido para discusión o debate relevante; lleno de alabanzas a uno o ataques al otro. Hay algunos comentarios aislados de más contenido en los que los usuarios solicitan información del programa de gobierno o preguntas específicas sobre acciones de dos temas clave al parecer para los jóvenes usuarios: seguridad y empleo. Sin embargo, nadie responde, nadie redirecciona. ¿Qué sentido tiene abrir un sitio de interacción virtual si se usa como un medio de “pantalla” o pura transmisión de “vaciado” de información poco relevante?
Y entonces, ¿cuál era el cambio? ¿Para qué sirve el boom de los medios de comunicación y la tecnología? ¿Qué diferencia hace que los candidatos sean más o menos estudiados, con más o menos organización partidaria, defensores de valores religiosos o de la igualdad de género? En total, ¿para qué era que servían las campañas electorales? Y más importante aún, ¿qué representan estos procesos electorales sin calidad de debate y deliberación para un país que se dice estar fortaleciendo la democracia?
Continuará
kariga3@gmail.com
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