La elección de la canción es obvia: Wind of Changes es considerada el himno de la caída del muro de Berlín, uno de los hitos en la historia del siglo pasado, consecuencia de la Glasnost y la Perestroika. De hecho, los Scorpions actuaron en la ceremonia del cumpleaños ochenta de Gorbachov.
Los mensajes de pesar compartidos por varios líderes del mundo, contrastan con las palabras milimétricamente calculadas de Vladimir Putin que, como lo describe El País, marca distancias con el legado de Gorbachov, al que reprochan la desaparición de la URSS como un error de grandes dimensiones. La lógica imperial y nacionalista de Putin, estancada en una guerra de posiciones en Ucrania, no siente precisamente afecto o tener algo que agradecer a un político galardonado con un Nobel de la Paz.
Pero la banda sonora de los cambios impulsados por Gorbachov es un poco más amplia que la canción de Scorpions usada hasta el abuso en estos días. Viktor Tsoi es un nombre poco conocido en nuestro medio al igual que Kino, la banda que fundó, y que es, sin duda alguna, una de las agrupaciones más influyentes que se recuerde en historia del rock detrás del telón de acero.
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Tsoi nació en Leningrado, hoy San Petersburgo y murió a los 28 (un año por arriba del requisito el club de los rockeros malditos). Tsoi desarrolló su carrera en una época en la que el régimen que controlaba todos los aspectos de la vida cotidiana no veía con simpatía al rock, y mucho menos al punk, así que se ganaba la vida trabajando como fogonero en una metalúrgica, en la cual ahora hay un museo en su honor.
Al igual que en el caso de los músicos chinos que encontraron un resquicio en un punto anterior a los acontecimiento de Tiananmen, la Glasnost y la Perestroika produjeron un espacio para la irrupción del rock, por supuesto, bajo el control de Partido Comunista, que creo el denominado «Laboratorio del Rock de Moscú». Grupos como Kino son el producto de esta apertura, que alcanzaron su punto máximo con el álbum Gruppa Krovi de 1987, que contiene una serie de canciones que inspiraban a los más jóvenes a exigir los cambios.
En este álbum, la canción Perenmen es el ícono que sonaba, por ejemplo en las barricadas del intento de golpe de estado de 1991 en Moscú, y treinta años más tarde en las protestas contra Lukashenko en Bielorussia. La canción cortesía del traductor de Google, dice algo así como «El cambio es lo que nuestros corazones requieren/ El cambio es lo que requieren nuestros ojos/ En nuestra risa/ Y en nuestros ojos/ Y en el pulso de nuestras venas /¡Cambios! /Esperamos cambios...»
Sobra decir que los cambios han tomado una dirección extraña, en un país caracterizado por la influencia de oligarcas, grandes desigualdades y empeñado en la reconstrucción de un imperio bajo la égida de un nacionalismo, bendecido por la religión. Y en ese contexto, las Pussy Riot –afortunadamente punk otra vez– son nuevamente la voz de los que critican al sistema.
Los nostálgicos de la Guerra Fría (que no son pocos en América Central), especialmente aquellos identificados con las secciones más extremas de la feligresía progre y la izquierda, reprochan en el fondo de sus corazones la caída del Muro. Supongo que tampoco podrán celebrar que el punk le haya puesto banda sonora a esas transformaciones históricas, pero el rock sigue ahí…
Yo termino estás líneas escuchando de manera más mundana Symphony of Destruction (Megadeath, 1992), que por varias razones me suena a un «reality check» de grandes proporciones.
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