Además, según el calendario chino, éste es el año del reptil y ya sea por coincidencia o no, se aproxima a pasos acelerados una época de cambios sociales que marcarán la vida de generaciones por venir en los Estados Unidos, unos con mayor relevancia que otros en su patio trasero.
Sin desestimar la salud de las finanzas públicas y de la economía, con un Congreso que no termina de desentrampar la situación deficitaria del presupuesto y en medio de medidas económicas que no logran crear e...
Además, según el calendario chino, éste es el año del reptil y ya sea por coincidencia o no, se aproxima a pasos acelerados una época de cambios sociales que marcarán la vida de generaciones por venir en los Estados Unidos, unos con mayor relevancia que otros en su patio trasero.
Sin desestimar la salud de las finanzas públicas y de la economía, con un Congreso que no termina de desentrampar la situación deficitaria del presupuesto y en medio de medidas económicas que no logran crear empleos a un ritmo más sostenido, los dos temas sociales más importantes de la próxima década tienen que ver con la expansión de derechos. Primero, reconocer (o al menos no limitar) a nivel constitucional el matrimonio igualitario; y segundo, transformar el proceso migratorio para legalizar a más de once millones de personas en situación migratoria irregular. Y un poco más sotto voce en el debate público, pero con mayor fuerza en las urnas, el tema sobre la legalización de las drogas sigue haciendo mella.
De ellos, el tema más candente esta semana es el migratorio. Por todos es ya conocido que esta semana en el Senado –siempre y cuando el senador republicano Marco Rubio no recule a última hora–, el “G-8” de la migración develará una propuesta de ley que fue anunciada a inicios de año. Así, desde hace varios días, miles de activistas e inmigrantes están desplazándose hacia la capital estadounidense en una gesta cívica para apoyar lo que ahora se denomina como un cambio migratorio con sentido y que contenga un camino hacia la ciudadanía.
Si bien la campaña a favor del matrimonio igualitario ha acaparado la atención del público de manera sostenida desde las elecciones pasadas, el impasse migratorio es de mayor magnitud ya que los inmigrantes conforman el doce por ciento de la población y una buena proporción de ellos, los indocumentados, viven prácticamente segregados o son tratados como ciudadanos de segunda clase, con efectos tan nocivos como los de los ciudadanos afroamericanos antes de la legislación anti-segregacionista de los años sesenta. Recordemos que millones de adultos carecen de documentos válidos pero tienen hijos nacidos en Estados Unidos; o arribaron niños y carecen de papeles, pero llaman a este país su hogar. Éstos son los “Soñadores” que con valentía han empujado la agenda migratoria hasta donde hoy nos encontramos.
Según mis vaticinios, tendremos un nuevo proceso migratorio este año. El debate será largo y tedioso, dado la típica parálisis del Congreso y lo denso de la iniciativa de ley –aparentemente consta de 700 páginas–, siendo al menos tres los puntos de mayor contención durante el debate entre el Senado y la Casa de Representantes: (la absurda) certeza del blindaje y protección de las fronteras; el permiso de trabajo temporal para agricultores junto a cuotas de permiso de trabajo para obreros y profesionales calificados; y los años requeridos para adquirir un permiso permanente y optar a la ciudadanía, lo que puede durar entre ocho y 13 años.
Espero que este cambio de piel sea realmente para remozar las estructuras socioeconómicas de este país. Porque a la larga, el cambio de piel es literal: todas las proyecciones demográficas anuncian que en un par de décadas, la mayoría de habitantes de los Estados Unidos dejarán de ser minorías étnicas pues en su conjunto serán la nueva cara del país: más mestiza, morena y joven; un segmento significante que tendrá que sostener la economía y los ejércitos de pensionados pálidos que empezarán a salir de las filas laborales en la próxima década. Qué mejor incentivo que hacerlo desde una plena ciudadanía.
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