En los ya lejanos meses de marzo y abril, el gobierno de Alejandro Giammattei adoptó medidas de confinamiento y restricción de movilización con el fin de contener el contagio y las muertes por covid. En sus presentaciones diarias ante las cámaras de televisión ofrecía la imagen de un presidente preocupado por controlar la enfermedad. Entre regaños, quejas y exabruptos llegó a decir que recibía presiones por reabrir el país tempranamente. También dijo en alguna ocasión que, si se reportaban más de 20 contagios diarios, daría orden de cerrar el país. Palabras que suenan lejanas, extrañas e insinceras respecto a los hechos que estamos viendo.
Más allá de los discursos, se presentaron y aprobaron en el Congreso una serie de medidas para afrontar la crisis que incluían, de forma clara, beneficios para los empresarios y los políticos. Al ver los gastos de ejecución se advierte que contradicen la preocupación por la salud, y el resultado de ello es la muerte de varios médicos, enfermeras y miembros del personal sanitario que atiende a los enfermos, así como las condiciones desastrosas de los hospitales.
Los contagios y los fallecidos han aumentado progresivamente. Y, de acuerdo con la información disponible, no hemos llegado al pico de esta primera ola de contagios. Pero la dirección del Gobierno empezó a ir en otra dirección. En lugar de aumentar las medidas de prevención, estas empezaron a reducirse. Ya el miércoles 8 de julio el gobernante decía ante las cámaras de televisión:
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«Para que nos vayamos acostumbrando, forzosamente tenemos que aprender a vivir, porque, como seres humanos, nuestro sistema inmunológico no reconoce ese virus. No hay defensas para ese virus. Solo tenemos dos caminos: o nos da o nos salvamos de que nos dé. Y la única manera de que nos salvemos de que nos dé es mascarilla, son anteojos, son guantes, no dar apapachos, solo saluditos de lejos, pero creo que es lo que nos toca para poder salvarnos».
Tal parece que el Gobierno (y los sectores económicos que lo presionan) se dieron cuenta de que el sistema de salud no puede hacerle frente a la enorme cantidad de contagios, de que cualquier medida que tomen estará limitada por las condiciones del sistema de salud y por la ineficiencia estructural del manejo de recursos. Además, están en juego sus intereses vía mantenimiento de la economía y vía corrupción.
Esto llevó a que Gobierno y élite económica hicieran un cálculo cuyas variables son la economía (sus intereses y ganancias) y las muertes de la población. Y la decisión está clara. En pleno pico de contagios y muertes decidieron que las muertes que van a ocurrir son tolerables. Afectan menos que las pérdidas económicas de sostener el cierre parcial del país [1].
Frente al cálculo de muertes efectuado por el Gobierno y la élite económica, queda mantener el cuidado entre prójimos. Aunque esto no basta, es lo que queda. El horizonte debería llevar a la organización y a la transformación política de estas condiciones en que los poderosos calculan nuestras muertes.
[1] Esto es necropolítica. Según Mbembe, se define como la sumisión de la vida al poder de la muerte a partir de la decisión del soberano. La necropolítica reside en la capacidad de decidir quién vive y quién muere. Mbembe, Achille (2011). Necropolítica. Santa Cruz de Tenerife: Editorial Melusina, S. L.
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