La lectura de El cementerio de Praga con la descripción de las habilidades y especialidades de su personaje, el capitán Simonini, trae a la mente recuerdo y reflexión sobre este delicado arte de la conspiración, catalogándolo como arte a partir de que se necesita la mezcla de cerebro y corazón para fabricarlo y la seguridad de que va a existir un público dispuesto a apropiarlo y adoptarlo.
Teorías de la conspiración hay para todos los gustos y siempre, siempre existe más de alguno dispuesto a creerlas, reproducirlas. Lo mejor es que se pueden hacer refritos de ellas y volverlas a traer a colación cada cierto tiempo. Este mes de mayo estamos recibiendo las noticias del lanzamiento de un documental en el festival de Cannes (“Unlawful killing”) que recrea la teoría de la conspiración alrededor del accidente automovilístico en el que falleció Lady Diana, supuestamente concebido y ejecutado por los servicios secretos británicos, supongo que lanzado ahora a los 14 años aprovechando la coyuntura mediática por la boda de su hijo.
Hay conspiraciones de cobertura mundial que incluyen desde los sabios de Sión hasta los Templarios, pasando por las hermandades y filiaciones que se le puedan ocurrir, y las hay regionales y nacionales. También puede clasificarlas temáticamente, por ello destacan las de política, religión, deporte y todos aquellos temas que se encuentran prohibidos en las barras de los bares de buen ver.
Esta época eleccionaria en Guatemala es un ambiente propicio para hacer florecer teorías de la conspiración. Todo lo que gire alrededor de uniones y separaciones de partidos y personas, cambios de bando, recién llegados e infiltrados, recién salidos y traidores, constructores y destructores, son personajes que no pueden faltar en el medio actual. Es más, no deben faltar, porque —gustos aparte— la teoría de la conspiración en la política del trópico tiene un sabor especial que ha alimentado, entre otras cosas, una novelística de la que dan fe las obras de Asturias, García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes y otros que realmente no han necesitado de mucha imaginación para plasmarlas. Creo que les ha ido mejor cuando la han copiado lo más fiel posible de la realidad.
Tengo que reconocer que, en mi caso, hay dos de estas teorías que en distinta época han capturado y enamorado mi atención. Primero, las de intriga y crímenes en el Vaticano hasta que pude darme cuenta por el exceso de libros y publicaciones al respecto que realmente era un tema explotado para fabricar best sellers. La otra es aquella que se refiere a la negociación que se establece en la FIFA para ordenar los campeones mundiales desde la final de Francia 1998, en la cual se repartían en su orden Brasil (Corea 2002), Italia (Alemania 2006) y España (Sudáfrica 2010) como pago a favores hechos en su momento a los equipos de Francia y Corea. De esta última aún no me he desengañado, pero la alegría de ver a España campeón la ha dulcificado y relegado al momentáneo olvido.
Crear una pared de mentiras a partir de un ladrillo de verdad es la receta básica para estas teorías, pero lo más depurado de su arte consiste en aquellas que son creadas por un informante ambicioso, mentiroso e imaginativo con una técnica similar a la que explica el capitán Simonini o, mejor aún, la narrada en El Sastre de Panamá por John Le Carré, en la que todo es un invento, formulado para un pagador y que termina con muertos y desdichas incluidos. Acá debe estar el secreto, jalarle la sábana al fantasma y averiguar quién financia su fabricación y difusión. ¡Así de simple! Son un arte, pero no las elaboran por amor al arte.
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