Las más nobles intenciones envueltas en enconadas discusiones que se transforman en doctrinas y hacen perder la seriedad, la compostura y la confianza, cuando se trata de aparentes intereses comunes; como puede ser, terminar con el hambre, proteger el ambiente o fomentar el desarrollo rural.
¿Por qué si todos persiguen el mismo objetivo, las posiciones sobre temas como estos son tan encontradas e intratables? Veamos el caso de la discusión vigente sobre desarrollo rural. Todos los que opinan consideran tener el monopolio de la verdad, y esto puede que se deba a que están abordando un fenómeno (viendo un perro); pero cada uno desde distinto ángulo y acotación (viendo distinta raza de perro).
No ha sido posible homologar las visiones, en el tema del desarrollo rural sería deseable estar de acuerdo, cuando menos en que el desarrollo es un fenómeno multidimensional, que implica una serie de acciones coordinadas, estudiadas, finamente seleccionadas, funcionando en forma armónica. Sus efectos pueden ser leídos desde diversas perspectivas: la generación de oportunidades a los individuos y familias que carecían de alternativas de impulso a las propias potencialidades, la mejora en los indicadores estratégicos, los cambios sustantivos en las dinámicas sociales agregadas, la atención a los grupos menos favorecidos históricamente, el crecimiento de la inversión pública y privada, entre otras externalidades positivas.
Ahora bien, esta lectura desde los efectos reconoce un punto de inicio claro y vital: la inversión técnica y de recursos financieros al amparo de una planificación estratégica, que identifique claramente el círculo de acciones virtuosas que deben dinamizarse para optimizar lo disponible y no desperdiciar ningún recurso.
En esta sintonía, el cambio del perfil de un país con desafíos en materia de competitividad y con gran deuda social acumulada, llama a la interacción entre las medidas de intervención emanadas del sector público y los sectores organizados de la sociedad, enfatizando los productivos-económicos, en su capacidad innata de dinamizar el proceso de creación de riqueza nacional y sus condiciones de inserción en el mundo/mercado interconectado.
Una vez logrados consensos, marcos compartidos de acción y claridad en el destino de país deseado, la agenda de políticas públicas debe expresar esos acuerdos nacionales, estructurales en términos estratégicos, dándole forma de programas, planes y proyectos concretos, con asignación presupuestaria específica. En otras palabras, trabajar conjunta y coordinadamente hacia la misma meta.
En un país con las características sociales, culturales, históricas, económicas-productivas, sociológicas y naturales como las de Guatemala, el desarrollo rural se transforma en un motor, cuyo impulso tiene la capacidad de dinamizar la vida en los territorios, de las familias que allí habitan, hacia la mejora de sus condiciones de vida, con efectos positivos en la competitividad agregada del país.
Ciertamente, pensar que es la incapacidad de definir y homologar el tema lo que ocasiona el encono y la polarización, raya en lo ridículamente inocente. Los intereses grupales y hasta individuales, son los que prevalecen y llevan a presenciar estas funciones de circo. Que por un lado hacen ver micos aparejados, y por el otro atribuyen virtudes inexistentes a falsos profetas que esgrimen panfletos inútiles y reciclados, con la guía actualizada de cómo contar mentiras.
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