Porque hablar de un despertar ciudadano, como se repite en varios círculos, no es tan sencillo como parece. Con lo visto en los últimos días, más bien me queda la impresión de que esas manifestaciones masivas no fueron un despertar, sino solo una especie de medio abrir los ojos para volver a cerrarlos de inmediato y regresar al estado de somnolencia acostumbrado.
Y es que los comentarios que he escuchado al respecto me han llevado a reflexionar acerca de qué constituye ser un ciudadano. Porque obviamente no es solo aquel que cada cuatro años emite su voto por el candidato que le guste más o, peor aún, le convenga a sus intereses personales. Creo que un ciudadano o una ciudadana debería conocer como mínimo un poco de la historia y de las condiciones políticas, sociales y económicas de su país, así como de la manera en que este se encuentra conformado.
Y digo esto porque, cuando leo los comentarios que circulan por las redes, me da la impresión de que muchos guatemaltecos creen que el país es solo ese círculo particular en el que se desenvuelven. Se olvidan, o tal vez ignoran, que Guatemala es, en su mayoría, un territorio sumido en la pobreza —con todos los problemas que ello implica—, donde las personas viven en medio de la desigualdad, la discriminación, la inseguridad y la falta de oportunidades.
También creo que conocer un poco del pasado nos haría dejar de calificar a algunos personajes de guerrilleros (recordemos que el conflicto armado interno terminó en 1996 y que tachar a alguien con este apelativo solo demuestra falta de conocimiento y prejuicios). Porque a estas alturas de la historia nacional, latinoamericana y mundial ningún partido quiere implantar en Guatemala lo que hace décadas constituía la principal amenaza para las clases acomodadas: el comunismo. Un poco de historia nos haría ver lo inviable de esa propuesta. Y eso lo saben tanto los partidos de derecha como los de izquierda. Eso sí, es un hecho que la propaganda anticomunista todavía cala en ciertas mentalidades ingenuas con tanta o más fuerza que hace 25 años.
De la misma manera, descalificar a alguien de payaso porque antes se dedicaba a la comedia y ahora a la política no es más que una falacia ofensiva. Eso, de hecho, también se evitaría fácilmente si quienes nos permitimos comentar conociéramos un poco más de lo que hablamos.
En fin.
Ser ciudadano implica la responsabilidad de informarnos de diversas fuentes y posturas, es decir, leer lo más que podamos, escuchar entrevistas, ver documentales. Solo así podremos estar en la verdadera capacidad de decidir lo que consideremos mejor para el país entero, no solo para el pedacito en el que vivimos. Implica dejar los prejuicios a un lado y aceptar que somos lo que somos: pluriculturales, multiétnicos, pobres, en vías de alcanzar muchos desarrollos.
Aceptémoslo. Como pueblo, nuestras decisiones han sido erradas. Se han basado la mayoría de veces en prejuicios de clase, de género, de etnia. Lo equivocado, sobre todo, es que seguimos una y otra vez cometiendo los mismos errores.
Mientras la ciudadanía no sea una forma responsable de ejercer el voto en Guatemala, seguirá llegando a la presidencia el candidato que cale más en el pueblo, ese que todavía no ejerce su ciudadanía a cabalidad. Mis pronósticos no son alentadores. Nos falta mucho, pero realmente mucho, para que de verdad haya un despertar ciudadano. Como muestra les reproduzco el fragmento de un diálogo que escuché entre cuatro taxistas en una playa pública allá a principios de mayo de este año, en medio del sol abrasador del mediodía.
—Y para presidente, ¿por quién votamos, muchá? —dijo uno.
—Pues yo digo que por cualquiera, menos por Baldizón —dijo otro.
—Yo creo que la mejor opción es Jimmy —dijo el tercero.
—Pues sí —remató el cuarto—. De todos modos va a robar, pero por lo menos nos vamos a reír de sus chistes.
Carcajadas generales.
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