La Universidad Rafael Landívar es una universidad con inspiración jesuita, en un país con grandes y profundos problemas. Esperando no equivocarme: su intención es, antes de ser una universidad que se asemeje a cualquiera de un país “desarrollado”, ser una universidad que proponga desde su quehacer, maneras de vivir en comunidad (también política) diferentes a las que estamos acostumbrados como país.
En lo personal, mi (orgullosa sí, y crítica también) identidad landivariana se acentuó más fuera de los cursos que nos hacían conocerla. Fue más bien con dos aspectos y en dos espacios que nos vuelven a recordar que la identidad no se da por píldoras, sino se da en el diario vivir de una comunidad. Por un lado fue conocer la historia de muchos jesuitas en Guatemala y en Centroamérica, y conocer así la historia de las UCAs hermanas y hacerme muchas preguntas de la Landívar. Hablar con sacerdotes y con muchos trabajadores identificados con los valores, con la propuesta ética y empeñados en la construcción de una comunidad universitaria landivariana, fue para mí el reconocer en muchos y en mí, los puntos en los que estábamos de acuerdo. Luego fue encontrar estudiantes de otras universidades del país, y frente a ellos, en las discusiones, darme cuenta de un discurso propio permeado por lo que mi universidad me había ofrecido como opción. Y esta opción fue, por ejemplo, tener profesores de varias corrientes ideológicas y posturas académicas, tener la posibilidad de hablar con horizontalidad con los dos decanos que conocí en mis años de estudiante, una beca, la apuesta por una voz estudiantil organizada hacia dentro, que con todas sus limitantes, puede cobrar una importancia propositiva enorme.
Al enterarme del aumento de la tarifa del parqueo y del revuelo que esto generó entre los estudiantes y sus redes sociales, me dije varias cosas. La primera, que de ser yo estudiante también estaría molesta (muy clase media podremos ser, pero muchos landivarianos vivíamos limitadamente, aprendiendo a administrar un pequeño salario o bien una pequeña mesada). Luego me cuestionaría la manera en cómo se toman, informan y comunican las decisiones en mi universidad (sobre todo porque pretendemos ser una universidad que busca ser comunidad universitaria y no una empresa que produce profesionales ajenos a sus problemáticas, siguiendo obedientemente lo que le dicen…). Por último, cuestionaría intensamente a los estudiantes democráticamente electos y su manera de representarnos, no sólo en nuestros intereses, pero también en la manera en cómo logran entender las razones de la universidad, y propician la discusión respetuosa, honesta y clara de los estudiantes y las autoridades.
En otras palabras: si queremos ser una universidad que forme una generación de profesionales comprometidos con su realidad, no pueden dejar de ver este suceso como una oportunidad para reoxigenar la manera en que se toman decisiones y se vela no sólo por que se cumplan aquéllas que se toman sin preocuparse de lo que los estudiantes pueden opinar, muchas veces con razón. Valorar a las Asociaciones y representantes estudiantiles es una forma contundente de crear liderazgos diferentes a los actuales. El sentarse a dialogar con los estudiantes universitarios, alejándolos de cualquier imagen de consumidores de cartones para profesionales y dándoles el lugar de lo que son, debe ser un fin para la Landívar, más allá de la única intención de querer subir la tarifa de los parqueos.
Sigo creyendo, aunque se diga lo que se diga de la Landívar, que es un espacio valioso para reformular, con valores éticos y democráticos, el país que somos hoy. Eso empieza en casa.
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