Pero hoy, conocedora de todos estos avatares, he decidido auto-felicitarme. Y no es para menos en mi historia de vida. Resulta que estoy celebrando mis Bodas de Plata, no en la profesión que elegí para estudiar y la cual me ha producido por cierto muchas alegrías, amistades y satisfacciones, sino en otra, más solitaria, más exigente, menos reconocida, pero a la vez más mía. Y es que hace exactamente 25 años publiqué en el Diario El Gráfico, mi primer artículo periodístico.
Escrito en la máquina mecánica de mi papá, corregidos los errores mecanográficos con unos papelitos blancos que existían para el efecto, recorrí por primera vez los pasillos del edificio donde quedaba El Gráfico en la zona 1. Llevaba en mi mochila, recuerdo, un fólder con mi artículo sobre Luis Cardoza y Aragón, y por los nervios, además de temblarme las manos, me temblaban las piernas y me dolía el estómago. Eran ya más de las cinco de la tarde y la sala de redacción estaba casi vacía. Dejé mi texto al editor con la esperanza que un día no tan lejano, de pronto pudiera interesarles y lo publicaran.
Entonces era comprar todos los días el periódico y ver en la sección de Opinión si había sido publicado. En menos de una semana el artículo estaba impreso allí. Escritas con letras pequeñas que me parecieron enormes, en negritas, mi nombre. La emoción tan aguda, tan profunda, tan de orgullo propio por lo que ello implicaba en mi historia de vida, pocas veces ha vuelto a repetirse con la misma fuerza, al menos con esa misma intensidad y pureza.
He visto en televisión por estos últimos días un anuncio que habla sobre plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro, frase por lo demás conocida en nuestro ambiente. He realizado las tres actividades y podría decir entonces “misión cumplida”. Pero no es así. Aun me faltan, por lo menos, plantar más árboles y escribir más libros.
Porque en estos 25 años, desde aquel 1988 en que empecé con emoción a darle forma a una vocación que ha ido consolidándose con el tiempo, la escritura me ha ido enriqueciendo, me ha ido formando y construyendo hasta convertirme en lo que soy. Para terminar, un texto que me define mejor que cualquier otra cosa:
“Me han dicho exprésate y he quedado muda. De pronto, como un aliento doblado han venido a mí y vi que eran ellas, las eternas, las lejanas, las indecisas, las de dentro las de fuera, las palabras. Las palabras son lo que queda, lo que hay, lo que habrá de mí. Dejo huellas que son acaso hilos de palabras débiles nostálgicas retorcidas doblegadas desesperadas sumergidas en la vorágine de sus tentaciones en el arrebato urgente de su entrega. Las palabras más allá del terrible lugar común de pronunciarlas, más acá de su simple posesión, de su ímpetu y su atracción se me han quedado en la punta de los dedos de la lengua piel que estalla e imagina las palabras. A veces he estado a su altura las he sobrepasado. En otras ocasiones me han quedado cortas. Me han traicionado con palabras y me han amado con palabras. He soñado ser rescatada he dormido con ellas he desvelado los misterios mundanos de mis huesos con palabras. Pienso con palabras siento con palabras amo con palabras peleo con palabras me defiendo y ataco con palabras. Son lo que tengo lo que soy lo que siento. Me miran con desdén burlándose como quien subrepticiamente se ve frente al espejo”.
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