Un expreso en la sala de espera de un aeropuerto me acompaña a acomodar estas palabras (unas detrás de otras, acumulando intenciones poco poéticas) mientras estoy escuchando Same Sun, Same Moon, de los Little Hurricane, con OTL como primer sencillo, cuyo video acude a la idea del apocalipsis nuclear como recurso para ambientar una canción sobre un amor verdadero. Luego recorro la distancia que me lleva al Solitary Man, de Johnny Cash, para terminar, por alguna razón insensata, escuchando a Scott Weiland interpretando Five to One en Stoned Immaculate, el homenaje a Morrison.
Sin entrar en detalles, digamos que las últimas dos semanas no han sido pródigas en noticias felices: 40 niñas, 4 monitores y al menos 3 policías que claman por respeto y justicia. Psycho Killer abre mi lectura de los medios cuando me pregunto si esta es una carrera hasta el fondo o si el fondo ha tomado por tarea alejarse cada vez más para evitar el impacto.
Respiro profundo. Personalmente, vengo de un sitio en el cual de lo macabro sabemos algo. Para poner un ejemplo, en agosto de 1875 el presidente García Moreno salía del palacio de Carondelet, en Quito, con dirección a la catedral (literalmente, cruzaba la calle para ir a misa) cuando fue sorprendido por sus asesinos, que, armados de pistolas y machetes, lo atacaron y ejecutaron. García Moreno cayó del atrio del palacio a la calle (un par de metros de altura) y fue rematado por uno de sus asesinos con un machetazo en la cabeza que desprendió un pedazo de su cráneo. Antes de morir, García Moreno habría alcanzado a decir «Dios no muere», frase que consta en la placa que se colocó en el lugar donde él sí que murió.
Buena parte de los asesinos fueron ejecutados por la guardia presidencial, que reaccionó cuando el presidente ya estaba muerto. Y lo que vino a continuación del magnicidio es surrealista: el cadáver de García Moreno, en su uniforme de gala, presidió sus propios funerales de Estado. Durante la noche fue sacado de su tumba y enterrado en un lugar secreto (por supuesto, dentro de una de las 100 iglesias del Quito colonial) del cual su cuerpo momificado fue extraído casi un siglo después por una expedición encabezada por un jesuita que dedicó su vida entera a escribir la biografía de ese presidente conservador. ¿Cómo se verificó la autenticidad de la momia que salió literalmente de una de las paredes de la capilla de un convento de clausura? Con el pedazo de cráneo desprendido que otro jesuita había conservado como reliquia en un museo de la orden, lejos de los ojos curiosos del público.
Toda una anécdota que contar durante la cena con invitados que no saben hacer small talk, frente a la mirada encantada de tu esposa. Inexplicable que ninguna de las bandas de black metal surgidas de la migración ecuatoriana de la década del 2000 haya buscado inspiración en un incidente oscuro como este para escribir una opus nigrum bizarra y gótica.
Lo último de Charly García me acompaña ahora. La máquina de ser feliz, Primavera y Ella es tan Kubrick son fieles al estilo del genio y efectivamente dan cuenta de una voz que se fue hace mucho, tal vez allá en el Eiti Leda del Unplugged de 1992. Y también hacen evidente que alguien dejó el piano para componer en el iPad. Y no sé si eso me gusta.
Termino con Fiesta pagana, de Mägo de Oz, y con el Indio Solari repitiendo «no lo soñé; / ibas corriendo a la deriva» frente a un mar de gente que delira con el legado de los Redonditos de Ricota.
Hay un avión esperando para llevarme (de vuelta) a una realidad paralela.
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