El pequeño jardín interior con la mesa puesta con ese mantel de cuadros azules jugando a que todo estaría bien. De vez en cuando se oían alguna moto y sirenas en cortas llamadas de atención. Pero sobre todo era silencio.
Dos mil veinte, año de silencios propios y ajenos. Es natural que, después de la comodidad de la imposición del ostracismo, un gobierno no sepa cómo gestionar los gritos, los puños, las banderas, los versos agresivos, las marchas y las manchas de tinta roja y negra. Algo dirán. Habrá que oírlos.
Este país en fricción se cae. Retumban los cerros y el horror ahogado y deslizado con desaparecidos forzados bajo toneladas del barro tal vez de acordes de Spinetta en serenata luctuosa, de gente que grita a pesar de que ya está muerta.
Somos una franja de terreno que vuelve al mar, y no es poético, no es Venecia, no es Ámsterdam. Las calles anegadas, las cosechas arrastradas y el olor a descomposición.
Hay otros que no se han enterado, después de tantos meses de sacrificio, de deudas, de dudas, de cierre, de desempleo, de hambre, de lágrimas, de rupturas, de ausencias, de silencios. Siguen como si nada. ¿Cómo pueden ser tan insensibles? ¿No entienden que sin esperanza no hay futuro?
[frasepzp1]
La noche puede ser paz, pero también un cobertizo donde las bandas se reúnen para planear el golpe. No me llames frijolero aunque lo sea, no me llames terrorista, no me llames resentido, no me llames, que no responderé. Te daré la espalda donde no te escuche.
Este país es ficción, pero real, imposible de imaginar para los de afuera: cuadro abstracto, protocolar en medio de la devastación. Hijos bastardos de capitanes generales agresivos y vengativos sometiendo territorios, violadores satisfechos, machos en corceles blancos del privilegio y del oprobio. ¿Cómo pueden ser tan insensibles? ¿No entienden que sin esperanza no hay futuro?
Malditos impolutos de la verdad absoluta. También desde la llanura se puede ser traicionero y fariseo. Desde sus púlpitos miserables revisan el ticket de entrada a su club del bien contra el mal, de su moralidad intachable, sin contradicciones, dedos acusadores, jurados de los doce apóstoles de la ortodoxia y la acción positiva. Allí no cabe casi nadie. ¿Cómo pueden ser tan insensibles? ¿No entienden que sin esperanza no hay futuro?
Duelo de ciegos, dialéctica de sordomudos, país sin matices. No quiero construir algo nuevo para que sea igual. Sin embargo, aquí estoy, en mi esquina. Soy el boxeador que no ha entendido que debió haberse retirado hace tiempo, cuando había dignidad en los puños cerrados. Ahora solo queda recibir el nocaut de mala manera. Final trágico. Nunca gano.
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