Al margen de un sistema económico-social que expulsa cada vez más gente y que fuerza a muchos a vivir en urbanizaciones precarias, peligrosas, denigrantes. ¿Constituyen el ejército industrial de reserva mencionado por los clásicos del marxismo hace 150 años?
Sí, el capitalismo no cambió mucho. Aunque, en otro sentido, sí ha cambiado en su fisonomía, pero no en su estructura. En algún momento pudo considerarse a la población ubicada en esos sectores, peyorativamente denominados marginales, también como marginalizada. Aunque el fenómeno de esos sectores urbanos no tenía la magnitud de hoy, Marx hablaba en 1852, en El 18 de brumario de Luis Napoleón Bonaparte, de un subproletariado, de un Lumpenproletariät (en alemán, lumpen significa trapo, andrajo), que no constituía precisamente el núcleo revolucionario. Fue categórico: «[Personas] con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia […] en una palabra, toda esa masa informe, difusa y errante».
Esa caracterización pasó a ser común en la izquierda para designar a un grupo amorfo, sin mayor conciencia de clase, fácilmente manipulable. Habría entonces una conexión entre urbanizaciones precarias (¿marginales?) y su población. Los rompehuelgas (esquiroles o carneros), por ejemplo, podrían salir de allí.
El sistema capitalista no cambió estructuralmente desde lo formulado por Marx y Engels en el siglo XIX, pero sí lo hizo su presentación cosmética. Hoy la clase obrera industrial urbana sigue siendo la mecha que puede prender el fuego revolucionario, aunque el sistema se encargó muy bien de neutralizarla. Por lo pronto, en el capitalismo imperialista (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón), el proletariado fue sabiamente domado. Más allá de la crisis del covid-19, su nivel de vida está lejos de los niveles de explotación y de pobreza vividos hace siglo y medio o de las penurias que sigue padeciendo la clase trabajadora en el resto del mundo. Esa prosperidad relativa (Homero Simpson —ícono por antonomasia del obrero estadounidense— vive con cierta comodidad, no pasa hambre) en principio aleja de la revolución. Los sindicatos, otrora combativos elementos antisistémicos, fueron convertidos en aguados cómplices de la clase dirigente.
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Sin dudas sigue habiendo proletarios, trabajadores fabriles por infinidad de lugares en el planeta, con grandes concentraciones industriales y enormes unidades productivas. Pero, junto a ello, esos marginales de tiempo atrás pasaron a ser elemento fundamental de la composición social actual. Las barriadas marginales crecen cada vez más, así como sus poblaciones. Eso fue lo que llevó a Fidel Castro a preguntarse: «¿Puede sostenerse, hoy por hoy, la existencia de una clase obrera en ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esta clase obrera —en el sentido marxista del término— tiende a desaparecer para ceder su sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito económico, hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a convertirse en la nueva clase revolucionaria?».
En sentido estricto, el proletariado industrial no desaparece. Aunque la robotización eliminó numerosísimos puestos de trabajo en los países capitalistas llamados centrales y la mal llamada deslocalización llevó fábricas del primer mundo a la periferia, donde hay salarios mucho más bajos, falta de organización sindical, ausencia de controles medioambientales y enormes facilidades tributarias, la clase trabajadora allí está, produciendo la riqueza del mundo. Pero sí ha crecido en forma exponencial ese sector que Frei Beto llamó agudamente «pobretariado», así como las barriadas donde este se ubica en las megápolis del tercer mundo.
En términos generales, lo que en un tiempo era marginal hoy pasó a ser normal. Ahora bien: si es un sector tan importante en la dinámica social de la actualidad, si allí anida un fermento fundamental de nuestros tiempos, las izquierdas deberían trabajarlo, acercarse, involucrarse. Pero parece que las Iglesias evangélicas fundamentalistas ya lo hicieron antes.
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