Y sí, este deseo de cambio es subversivo. Los que han nacido bajo esta estructura de sometimiento no lo notan. Los que ejercen una pequeña e ínfima parte de este poder heredado no lo sienten. Los que normalizan la desigualdad y la distancia social entre ciudadanos asumen ese poder como propio.
En el país de la santa, divinizada y absoluta propiedad privada, el poder también es privado. Les pertenece a ellos. Desde el Olimpo nos ven con desdén. Sienten las reformas constitucionales como un despojo, como una expropiación forzada e impía.
El ejercicio de ciudadanía es subversivo y el atropello asesino justificado u olvidado. El poder coercitivo del Estado al actuar en juicios contra la impunidad o contra la evasión es malicioso y perverso. El cuestionamiento de concesiones mineras provoca miseria y espanta la inversión extranjera. Toda acción que busca el cambio es irresponsable y el cuestionamiento inútil.
Nada se enfrenta. El letargo polvoriento de Comala nos acompaña. Somos el país de la inercia y la desidia. Para qué hacer algo si es mejor dejarse llevar. La clase media, distraída en medio del tráfico, con facturas pendientes, con la tarjeta sobregirada, desde el graderío mira indiferente discusiones que no le importan o que aprendió a que no le importaran.
En esta casa no se habla de política ni de desigualdad ni de desarrollo. No se habla de nada. Solo de futbol, de películas de héroes, de ofertas, de conciertos y sus precios, del último celular o de frases motivacionales en Facebook. Nada nos conmueve, indigna o motiva.
No hay incendios ni contaminación ni desecación de lagunas ni colorantes ni peces muertos que nos hagan alzar la voz. Plásticos en la carretera o en lo que alguna vez fue una carretera inundan los hilitos de agua con nuestras heces y miserias, que transcurren en lechos donde alguna vez nos pudimos bañar. La clase media espera la bala perdida que lo mismo mata un niño en Navidad en su cama que a una niña jugando en el patio o a un profesional en su carro, personas que serán olvidadas por sus vecinos a la mañana siguiente.
Solo los pequeños gestos nos salvan de la tristeza absoluta, los gestos de jóvenes comprometidos en colectivos y agrupaciones, de empresarios por el cambio, de jueces disidentes dentro del sistema. Hay que desenmascarar a la izquierda anquilosada, dogmática y trancera, refugiada en los sindicatos (del crimen). A los delincuentes que se refugian en frases y gorras del Che, en parafernalia vacía y rancia que no quiere el cambio, sino crisis y destrucción. Hay una pequeña rajadura en el sistema. Todos han salido a taparla, a componerla. Desde sus bastiones de poder, ahora en alerta roja, la maquinaria se mueve para salvarse, para que todo se quede como está.
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