Si la solidaridad no es un principio del Estado, no quiere decir que no sea un principio de la sociedad. Maneras de concebir la comunidad política y social que somos hay muchas. La solidaridad interpela y cuestiona a quienes entienden la sociedad como una suma de individuos sin ningún tipo de relación o de vínculo, sin nada en común. Es la obligación de quien se siente en la posibilidad de colaborar con el otro que tiene necesidades, que sufre y cuya situación inmediata o estructural siente que puede alivianar.
Las dos dimensiones son importantes: una sociedad que no es solidaria nunca exigirá la solidaridad del Estado, y un Estado que no es solidario está condenado a ser uno en el que la competencia de los intereses personales, económicos y otros parecidos son los elementos determinantes de la lógica de la política. El Estado guatemalteco no es un Estado solidario. Me atrevería a decir que lo que vivimos es todo lo contrario: una indiferencia institucionalizada, conducida por años y años de política estatal. ¿Y la sociedad guatemalteca?
Para responder, imagínese el siguiente contexto. Héctor trabaja con su mamá Concha y sus tres hermanos en el basurero de la Terminal. No es lugar para un niño, menos para uno en edad de estudiar y de disfrutar de los juegos de su imaginación. Viaja desde Palín para separar basura y luego venderla para reciclarla. Entre todos buscan comida entre aquello que alguien más desechó. Las posibilidades de Héctor de seguir estudiando son escasas. Suponen dejar de echarle una mano a su mamá, por lo menos de lunes a jueves. Estudiar no es precisamente una prioridad cuando la única fuente de sustento se conquista día a día. El Estado guatemalteco no hace nada. Según comentan quienes trabajan allí en la Terminal, no hay apoyo de la Municipalidad. Existe una escuela y una guardería, públicas ambas, y después mucho trabajo mal pagado.
En diciembre pasado, Frida y Karla, junto con otras amigas y Jomara, de la asociación Puerta de Esperanza, decidieron regalar una tarde de alegría para estos niños. Pidieron colaboración a otros conocidos, y entre todos lograron hacer sonreír a más de 100 niños y niñas. Hoy han logrado que más de 60 listas de útiles escolares se estén entregando a los niños en edad de estudiar, luego de acordar con las mamás y las abuelas que ellos irían a la escuela. No representan a nadie. No vienen de ningún partido político o empresa que busca promocionarse. Son mujeres que, ante una realidad tan impactante como esta, decidieron ser solidarias.
Es cierto que la solidaridad a pequeña escala no cambia la complejidad y las raíces profundas de la situación de los niños de la Terminal. Aunque un día no cambia (nombre de la página en Facebook que han creado para pedir que otros se sumen) nos pone en la disyuntiva de ser solidarios o no, de reflexionar cuál es nuestra mirada al mundo que nos rodea y cuál nuestra postura de cara a las necesidades del país. Tal vez una sociedad que es cada vez más solidaria ante la indiferencia del Estado es un buen punto de partida para exigir el Estado que queremos.
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