Pareciera que lo que se plantea es que es preferible la corrupción que una crisis económica que al final de cuentas está motivada por otros factores que tienen que ver con el modelo económico colonial que heredamos, con los privilegios estatales que gozan los dueños de la finca Guatemala y con la dependencia de los vaivenes de los mercados internacionales, no tanto de la calidad ni la capacidad productiva del país.
No es extraño que quienes le echen la culpa al combate de la corrupción de los males económicos sean Jorge Jacobs, Fritz Thomas o Alfred Kaltschmitt, entre otros, que tienen un lugar privilegiado en los medios de comunicación más conservadores y arremeten contra el sistema de justicia por el caso de la minera San Rafael y por los juicios contra los militares acusados de genocidio y corrupción; que critican la lucha de los movimientos sociales contra las empresas distribuidoras de energía eléctrica, y que defienden el uso del plástico, que ha contaminado todo el país.
La queja por la lucha contra la corrupción tiene sentido para el sector dominante porque, tradicionalmente, este ha monopolizado las grandes ramas productivas del país (construcción, café, energía eléctrica, azúcar, cemento, palma africana, minería, pollo, bancos y tarjetas de crédito, telefonía, seguros, venta de vehículos y el narcotráfico, entre otros), ha estado implicado en la corrupción y captura del Estado y, por lo tanto, se ha visto directamente afectado por la mancuerna Cicig-MP y por la sociedad civil en las recientes luchas ciudadanas y comunitarias.
Por eso extraña la posición de Pablo Rodas Martini, quien en su columna Una economía aletargada sostiene que la crisis económica es causada por el ataque a la corrupción propiciado por la Cicig y el MP. Además, agrega que antes la economía había crecido a pesar de la corrupción y asocia el resultado de la reducción de dicho flagelo con la marcha lenta de la economía. Dice tajantemente que la Cicig y el MP «son tan excelentes en destruir lo malo que… arrasan con todo». Yo veía en Rodas Martini a un economista progresista y con tendencias democráticas, no situado dentro del conservadurismo ni dentro de los defensores del sistema colonial.
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El argumento central de su postura se relaciona con que el Banguat haya revisado a la baja el crecimiento del PIB, en cerca del 2.5 %. Sin embargo, habría que analizar más a profundidad la validez de la argumentación, ya que el PIB, según connotados economistas, no es el mejor parámetro de comparación para medir el crecimiento y el bienestar económico de la sociedad. Es decir, el PIB puede aumentar o disminuir, que eso no significa más que una cantidad y no refleja la calidad de vida de la sociedad. Dice una cantidad de riqueza producida, no la forma en que está repartida.
Simon Kuznets [1] propuso y creó el PIB como un instrumento estadístico para medir la riqueza de las naciones. Sin embargo, no estaba muy orgulloso de lo que había ayudado a crear. Concluía: «No estaba de acuerdo y fui muy claro al respecto. El PIB resultó ser muy distinto a su intención original: una medida de bienestar económico terminó siendo una medida de la actividad en la economía. La diferencia es que hay muchas cosas en la economía que no son buenas para la sociedad, pero sí para la economía. Por ejemplo, si hay más crímenes, se les paga más a los abogados y a la policía, y eso cuenta en el PIB».
Es conveniente mencionar, para entender el asunto, lo que algunos analistas escriben sobre ciertos intelectuales de rostro democrático, pero con conciencia oligárquica y que son los consentidos de los medios de comunicación tradicionales: «Los sectores preponderantes de los medios manifiestan preferencia por expertos que, por sus trayectorias y posicionamientos, no representan riesgos de contrafacción ideológica. Ellos buscan construir narrativas que expliquen los acontecimientos asumiendo perspectivas afines a los intereses del mercado, a las jerarquías políticas, a los lobbies empresariales y de las corporaciones mediáticas, alimentando la espiral de reproducción del sistema».
[1] Premio Nobel de Economía 1971.
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