Este lago, que suele identificarse como uno de los más bellos del mundo, parece estar condenado a la eutrofización –imagine una poza de agua gigante llena de lodos, nutrientes, algas y demás porquería–, a causa de la mediocridad e hipocresía con la que actúa el poder formal y también el poder real de carácter económico. Los voceros de estos últimos se rasgan las vestiduras en sus columnas de opinión mientras hablan del deterioro del lago, pero no hacen más que hablar y hablar.
Si no suficiente, hay abundante información para actuar en la raíz de los múltiples eventos que causan el deterioro progresivo del Lago. Y en vez de ir directamente a las acciones concretas en el terreno, seguimos celebrando múltiples seminarios, talleres, foros, encuentros, etc. para analizar una nueva faceta del mismo problema. Seguimos invirtiendo migajas en obras físicas que terminan colapsando por falta de pertinencia en el diseño y de mantenimiento en la operación. En fin, seguimos hablando, hablando, dilapidando recursos públicos y fracasando.
Vicky Mosquera, investigadora de IARNA, sintetizó los más recientes hallazgos del componente de “seguimiento y evaluación” ejecutado conjuntamente con investigadores de la Universidad del Valle en el marco del Proyecto “Unidos por el Lago de Atitlán” impulsado también por la University of Nevada-Reno, la University of California-Davis y el Desert Research Institute. Con Recursos de USAID e importantes aportes de contrapartida, estas entidades académicas, ocupadas en lo que les toca hacer, publicarán en breve el informe completo de los últimos dos años de investigación. Aquí he ordenado la síntesis de Vicky Mosquera en cinco secciones.
El problema: El lago de Atitlán avanza sostenidamente en un proceso de eutrofización, alcanzado ya un estado mesotrófico –el estado intermedio entre oligotrófico, es decir el más limpio y eutrófico, el más contaminado–. La eutrofización es cultural y se explica por el aumento de la carga de nutrientes contenidos en desechos generados por la actividad humanas –industriales, comerciales o domésticas– o en suelos erosionados por el uso inapropiado de la tierra circundante.
Los hallazgos: el deterioro del Lago, que ya puede percibirse a simple vista, está asociado a distorsiones en varios parámetros. El oxígeno, parámetro principal y esencial en la salud ecológica de un lago, ha disminuido a niveles anóxicos –con muy poco oxígeno- en las aguas profundas. La falta de oxígeno para un lago tan profundo como éste –320 m– tiene dramáticas consecuencias y a muy largo plazo. Una de éstas es el aumento sustancial de la tasa de liberación de nutrientes de los sedimentos a partir de un proceso conocido como carga interna. Recordemos el evento que llamó la atención en el 2009: el florecimiento de cianobacteria. Aunque actualmente no ha habido un florecimiento de la magnitud de esa época, la cianobacteria sigue presente, afectando la claridad del lago, afectando severamente algunas bahías. Más preocupante aún, es el hallazgo que revela un aumento en la abundancia de dos tipos de cianobacterias nuevas: Microcystis y Aphanizomenon, ambos géneros conocidos por producir cianotoxinas, cuestión que se convierte en una amenaza directa para la salud de las personas y que se agrega a la ya conocida presencia generalizada de coliformes por encima de los niveles permisibles para fuentes de agua potable.
Las causas: la realidad descrita anteriormente es consecuencia directa del incesante e incontrolado ingreso de nutrientes al lago de Atitlán a través de: aguas residuales, escorrentía con fertilizantes y erosión de suelos. Los ríos que ahí desembocan conducen 174 toneladas de nitrógeno por año y 27 toneladas de fosforo por año. Las cantidades son acumulativas pues el lago de Atitlán no tiene salidas aparentes, es decir, no existe un río que drene el lago. Así, el tiempo de residencia del agua en el Lago puede llegar a alcanzar entre 80 y 120 años. Dicho de otra manera, una gota de lluvia que entra al embalse del lago va a permanecer como parte del mismo por lo menos 80 años. Los tiempos de residencia de los nutrientes pueden ser aún más largos.
Las soluciones: Actualmente se ha privilegiado la construcción de plantas de tratamiento de aguas residuales –PTAR– las cuales sólo atienden parcialmente las necesidades. Su alto costo de operación y mantenimiento no es compatible con las visiones cortoplacistas e irresponsables de las autoridades públicas, lo cual, frecuentemente, induce su abandono. Por ejemplo la PTAR de Los Cebollales, con un servicio de tratamiento de tipo terciario –remoción de nitrógeno y fósforo– cubre no más del 40% de las aguas residuales de Panajachael. En horas pico, esta planta puede llegar a descargar hasta 269 g/hr de fosfato directamente al Lago.
Soluciones potencialmente mejores tienen que ver con el uso de colectores que trasladan las aguas residuales fuera de la cuenca para su posterior tratamiento. En los lagos de Madison –EEUU, 1958–; el lago Zürich –Suiza, mediados de los años sesenta–; el lago Tahoe –EEUU– y el lago Garda –Italia, ambos a mediados de los años setenta– se utilizó esta tecnología. Los tiempos de recuperación son largos. El lago Zürich recobró la calidad de agua 20 años después. Así que, si queremos recuperar Atitlán, ya estamos bien atrasados.
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