Para nadie es secreto que mientras más cerca están las elecciones de nuestra democracia, más violenta es nuestra Guatemala. Una paradoja que para muchos tiene sentido y, sobre todo, que se le saca raja. La muerte es una estrategia, es una variable del juego de la política. El sábado, mientras compartíamos con mi mamá nuestras penas de estos últimos días, recibimos la primera llamada de varias. Eran las seis y media de la mañana y el anuncio del asesinato de Facundo Cabral nos dejó sin palabras. En la televisión eran las imágenes tantas veces vistas.
En las siguientes horas escuchamos a guatemaltecos expresar su indignación por este asesinato. Me pareció sorprendente que no era en sí la muerte de un trovador famoso, sino que creo que fue una síntesis de lo que hemos estado viviendo como sociedad desde el primer piloto de la ruta del bus que llega hasta la Universidad Rafael Landívar, que mataron hace alrededor de cuatro años. Desde ese día hasta hoy, nuestra historia está escrita por asesinos de muchos tipos, desde los que pagan hasta el que ejecuta, el que deja pasar y calla, el que obstruye la justicia y la cantidad de políticos shucos.
Lo que nos define ahora es la violencia, la vergüenza y el enojo impotente de no saber qué hacer. El modelo democrático, visto desde el mecanismo del voto —como gran símbolo de poder soberano del pueblo— ya no nos da una solución y mucho menos la esperanza de un cambio. Y el sueño de una democracia que se construya simplemente con la participación del ciudadano que es tomado en cuenta sólo cada cuatro años, ya no basta.
Esta es una democracia asesina. Los partidos políticos tienen una verdadera oferta y es lo que nos muestran día a día. Nos ofrecen el miedo y el sufrimiento. Nos ofrecen asesinatos cobardes con tal de ganar, nos ofrecen darnos siempre el mismo cuento de la seguridad y de la solución. Pero tengo la impresión (porque en Guatemala también vivimos de incertidumbre, de explicaciones que se quedan cortas) que mientras nos sigan ofreciendo seguridad, lo que tengamos es una situación planeada de inseguridad y de violencia, porque nadie vota por seguridad si no se siente en completa amenaza, si no hay inseguridad, como hemos estado estos años. Pero cuando nos ofrecieron “seguridad con inteligencia” lo que obtuvimos fue un aumento de mafias, de narcomasacres, de impunidad, de juegos que apuestan las vidas ajenas y si las pierdan, no importa. ¿Por qué volver a creer?
El sábado vi a muchos hombres y mujeres maduros —los que siempre nos dicen a quienes tenemos menos tiempo recorrido que tengamos cuidado—, llorar, tambalearse, salirse de las casillas. Tal vez porque eran los mismos que nos ponían los grandes discos de acetato, las canciones de Facundo Cabral, los que enseñaron a nuestros hermanos a tocar las canciones de protesta que escribió y que seguimos cantando todos en las reuniones familiares. En Guatemala tratamos de ser fuertes y de tratar de no sentir las muertes como algo personal, hasta que nos toque. Es una manera de sobrevivir, y el equilibrio entre no ser indiferentes y serlo con tal de que no afecte, no es fácil. Una buena respuesta, podría ser trabajar en la construcción de una sociedad diferente, en medio de la incertidumbre y el dolor acumulado.
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