Además, el sopor de mediodía se acentúa con las altas temperaturas. No hay hamacas a la vista y hemos trabajado toda la mañana. Bebo todo lo que me pongan enfrente y casi no tengo apetito –como cosa rara. Aquí estamos una mayoría de mujeres de generaciones y de itinerarios distintos. Entre las mujeres, se encuentran cuatro hombres, dos mayores, uno de edad media y un joven veinteañero.
No me duermo sólo porque me toca conducir el taller justo antes del almuerzo. Hubiera preferido que fuera temprano en la mañana: el cansancio y la pesadez del calor que se confunde con el fermento dulzón de la época de zafra, no dejan que nadie tenga un mínimo de concentración.
En general, le huyo a la ola del “tallerismo” que se instaló en la región desde principios de los noventa. ¿O sería antes? Observando y anotando todo lo dicho en la mañana, con los dos investigadores que me acompañaban, decidimos darle un giro al taller –del cual no sospechaban los organizadores. No podían haberlo hecho: ni siquiera nosotros nos lo imaginábamos, aunque para ser honesta, lo presentíamos. Preferimos darle prioridad a las historias orales. Los relatos aportan distintas piezas de un rompecabezas del cual aún no tenemos una imagen definida. Y en la sombra de ese rompecabezas, emerge siempre la figura difusa de la Finca. La Finca es una imagen omnipresente: un referente que ha normado la vida –sus vidas y sus cuerpos. ¿Qué ha significado la finca como espacio y sistema de ordenamiento socio-económico para ellas y para ellos?
El miércoles 13 de marzo se presentó el libro “Romper las cadenas”. Orden finca y rebeldía campesina: el proyecto colectivo Finca la Florida, publicado por AVANCSO. Para la presentación en la ciudad capital, los autores (Gustavo Palma Murga y Juan Pablo Gómez), el líder del proyecto colectivo de La Florida, Virgilio Pérez, el historiador Edgar Esquit y la geógrafa Úrsula Roldán, se dieron cita para comentar el libro. Hace poco regresaba de la Costa Sur, y esa tarde sentí que todavía no la había dejado. Nunca se dejan atrás las preguntas inevitables que una se hace al conectar a los actores y sus realidades. Y la finca parece ser una conexión inevitable.
Tres observaciones me parecieron pertinentes sobre los aportes de esta investigación. La primera se refiere a la finca como espacio que norma los tiempos vitales de las personas. El ritmo de la finca los despoja de sus cuerpos, de su identidad reducida a ser los “brazos” de un sistema que los anonimiza. La segunda observación tiene que ver con la osadía de un puñado de hombres y mujeres que en 2002 decidieron asaltar a la Finca, así con F mayúscula. Decidieron buscar una nueva forma de vida, arriesgándolo todo por atreverse a imaginar su propio tiempo. Virgilio Pérez relató cómo esto supuso, como punto de partida, perder el miedo. El miedo tiene muchas caras: el miedo a enfrentarse a un sistema que los explota, el miedo a desafiar a la institucionalidad inoperante, el miedo a la incertidumbre y el miedo a ellos mismos, porque la Finca y su individualismo bárbaro han invadido a tal punto la vida campesina que los caminos críticos que van forjando no son caminos acabados ni despojados de conflictos. Por eso es necesario trazar históricamente estas formas de resistencia, porque aunque la Finca es un espacio pensado única y exclusivamente para el finquero, su invasión no es siempre absoluta: las familias de La Florida, Colomba Costa Cuca, se atrevieron a pensar en la vida posible. No deja de ser motivo de asombro que –con todo y los bemoles que esta experiencia pueda tener– todos ellos quieran deshacerse de la huella de la Finca para que solamente los marque la huella de sus anhelos.
La tercera observación, que refuerza otras tesis sobre este tema, es la interpretación del libro sobre el orden finquero. El enfoque es novedoso porque, como diría Edgar Esquit, despliega una lectura sobre la Finca no sólo como un espacio de trabajo y explotación o como un espacio de rebeldía, sino como una forma de constitución de la sociedad guatemalteca y del poder “que no deja morir, pero que apenas deja vivir”. Este trabajo nos permite pensar la finca en el corazón mismo del proyecto estatal: es un modelo que impone la sobrevivencia como horizonte de vida –porque le es útil. Es un Orden Finquero cuyos intereses económicos se asumen sin más, como intereses de Estado.
Juan Pablo Gómez que, como casi todos los nicaragüenses que conozco, tiene alma de poeta, no pudo contenerse y tuvo que terminar su intervención dramáticamente citando a uno de los antropólogos más reconocidos en nuestro contexto: “la Finca es perfectamente pensable como un genocidio de baja intensidad”. La frase es lapidaria y provocadora –tomando en cuenta la coyuntura actual. Pero no sorprendió a Virgilio. A todos los demás nos pudo haber dejado con la boca abierta y el rostro desencajado. A Virgilio no. Ni a todos los habitantes de La Florida.
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