Si bien dejé la enseñanza primaria y la cátedra universitaria hace ya mucho tiempo, no puedo dejar de sentir dolor y empatía por los estudiantes, los maestros y las comunidades escolares estadounidenses bajo constantes ataques armados. Sandy Hook, Virginia Tech y ahora Parkland nos recuerdan la gravedad de esta epidemia, cuando la masacre de Las Vegas en octubre sigue todavía fresca en nuestra memoria.
¿A qué se debe ese flagelo? ¿Cómo es posible que, a pesar de que la tasa de homicidio en Estados Unidos es una de las más bajas en el mundo (casi 5 por cada 100,000 habitantes versus 26 por cada 100,000 en Guatemala) y la criminalidad ha venido en descenso, los tiroteos en masa sean una constante? ¿Por qué los políticos no toman en serio las demandas de la población respecto a la regulación de la venta de armas? Después de todo, según un último sondeo de CNN, el 70 % de los estadounidenses apoyan un mayor control de estas.
Varios son los factores asociados a esta problemática. Un estudio citado por Tristan Bridges y Tara Leigh Tober, dos sociólogos de la Universidad de Santa Bárbara, California, compara a los Estados Unidos con otros países industrializados en cuanto a posesión de armas por habitante y por número de tiroteos y de muertes en un período de 30 años (1983-2013). La evidencia apunta a que existe una correlación positiva entre la cantidad de armas disponibles y los tiroteos en masa en una sociedad.
En el período referido, Austria, Canadá, Francia, Alemania, Islandia, Noruega y Suecia contaban aproximadamente con 30 armas por cada 100 habitantes, mientras que los Estados Unidos reportaba casi tres veces más: 88 armas por cada 100. En dicho período, Estados Unidos sumaba aproximadamente 100 matanzas, mientras que Islandia no tuvo ninguna, Noruega 1 y Suecia 2. En Francia y Alemania hubo 6 y 7, respectivamente.
Sin embargo, dadas las diferencias abismales entre estos países y Estados Unidos, Bridges y Tober van más allá y reconocen que la disponibilidad y la posesión de armas son centrales en la problemática, pero no explican por sí solas el hecho de que Estados Unidos figure como el gran outlier en este universo de países desarrollados. Ambos constatan que la casi totalidad de los tiroteos masivos es perpetrada exclusivamente por hombres. Basados en investigaciones sobre el tema, argumentan que detrás de los motivos de este tipo de violencia está que los hombres sienten amenazada su identidad social, en este caso su masculinidad.
Según estos sociólogos, los hombres que sienten amenazada su masculinidad, ya sea por acoso, por cuestionamiento de su sexualidad o porque se percibe que no están a la altura de las expectativas asignadas a su género, son más proclives a exagerar las cualidades asociadas con esa identidad para demostrar lo contrario, de modo que la violencia, la homofobia, el sexismo y los ideales de superioridad masculina son las más notorias. De acuerdo con los estudiosos, la cultura estadounidense juega un papel en apoyar este tipo de violencia al exaltar masculinidades violentas, a la vez que los privilegios que históricamente han sido detentados por los hombres van erosionándose conforme las mujeres y otros grupos van adquiriendo paridad y equidad en la sociedad.
De ese modo, la propuesta del presidente Trump y de su secretaria de Educación, Betsy DeVos, de que los maestros podrían optar por usar armas para proteger a sus estudiantes apela a sus bases políticas, pero no va a la raíz del problema. Lejos de cultivar espacios seguros para interpretar y acoger nuevas modalidades culturales en un espíritu de tolerancia, el llamado invita a más violencia. En lugar de disuadir, es un incentivo y reto apetecible para que potenciales asesinos interpreten el papel redentor de su masculinidad de forma violenta. Mientras tanto, los políticos en Washington —mayoritariamente hombres también— se siguen haciendo de la vista gorda para regular y prevenir esta sed de violencia.
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