Debemos pensar que las manifestaciones recientes, en las que se aprecia la creciente rabia de los guatemaltecos contra el Gobierno y el sistema político en general, son una ventana de oportunidad valiosa para lograr cambios importantes, y no solo para catarsis o para exigir la renuncia y el encarcelamiento de los implicados en actos de corrupción. Los guatemaltecos debemos saber ir más allá. Debemos recordar que pocas cosas cambiaron después de tanta manifestación europea y norteamericana tras la Gran Recesión. O, para tener un ejemplo más dramático, a pesar de la ejecución de Muamar el Gadafi en Libia y del encarcelamiento de Hosni Mubarak en Egipto, la transición ha generado graves problemas de gobernabilidad y violencia. Frente a estas experiencias fallidas, los guatemaltecos debemos unirnos alrededor de una agenda común que nos lleve en la dirección correcta.
En ese sentido, necesitamos generar propuestas concretas. Coincido con un artículo reciente de Nicholas Virzi en el cual se señala que es necesario reformar la Ley Electoral y de Partidos Políticos, la Ley de Servicio Civil y la Ley de Compras y Contrataciones. Yo agregaría a esta lista una cuarta: la Ley de la Contraloría General de Cuentas de la Nación. La primera, para crear mayor independencia de los partidos políticos del actual sistema de financiamiento, que los compromete de manera excesiva. Pero no nos podemos quedar satisfechos con la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Discutiendo con Daniel Haering hemos coincidido en que, al fin y al cabo, los políticos van y vienen, mientras que los servidores públicos son los que se quedan.
La segunda normativa es esencial para pasar de nombramientos basados en amistad o apoyo durante la campaña a generar los mecanismos que permitan contratar y retener en el Gobierno a las personas más brillantes del país para administrarlo y operarlo. La tercera, para pasar de comprarles a las empresas que financiaron la campaña a definir los mecanismos que permitan obtener los bienes y servicios de un modo tal que la relación valor-precio sea la más conveniente para el país. Y la cuarta, para que la rendición de cuentas pase de ser cacería de brujas y fuente de chantajes a generar información valiosa sobre cómo mejorar la calidad de los bienes y servicios que presta el sector público. Claro, esto no va a ser barato, así que será necesario reconocer los acuerdos, generarlos y establecer los mecanismos de control necesarios para pagar por un Gobierno de mayor calidad.
La ansiedad que hoy vivimos puede reducirse comprendiendo mejor las experiencias de otros países cuando han estado en coyunturas similares. Para comprender distintas experiencias de construcción del Estado y los problemas de su profesionalización conviene leer la primera parte de Political Order and Political Decay, de Francis Fukuyama. Esta describe cómo Italia y Grecia se han quedado atorados en un equilibrio clientelar que corroe sus instituciones. A la vez menciona cómo Estados Unidos estuvo plagado de clientelismo hasta que las cosas empezaron a cambiar en 1881. En dicho año, el presidente Garfield fue asesinado a manos de alguien que se sintió traicionado porque no le dieron el puesto de cónsul en Francia. Esta situación desencadenó cuatro décadas de reformas al servicio civil, proceso lento dada la oposición de muchos políticos. Fue especialmente lento cuando se compara con Inglaterra, donde las reformas tomaron cerca de 15 años.
Estas experiencias nos hablan de tres factores a considerar. Primero, si no se toman las decisiones correctas, es posible quedarse atorado en equilibrios clientelares de alta corrupción por décadas, incluso si uno está en Europa. Segundo, las reformas van a tomar tiempo, pues construir un servicio civil profesional implica educar y capacitar a miles de personas en nuevos puestos. Al mismo tiempo se necesita defenderlos de los políticos y de los grupos de interés que han vivido del sistema clientelar. Tercero, no debemos ver solo a los Estados Unidos para emprender las reformas. Ver los ejemplos en Europa y Asia pueden ayudarnos a lograr resultados más rápidos, duraderos y mejores.
La ansiedad es importante. Nos incomoda. Y eso puede servirnos para impulsar una agenda de cambios que Guatemala necesita. Pero no dejemos que la angustia nos domine. Necesitamos canalizarla hacia fines concretos. Necesitamos aprovecharla de manera productiva.
P. S.
Espero que el próximo ministro de Gobernación tenga autonomía, poder e interés suficientes para entrarle de manera profunda al tema de la delincuencia. Claro que ha existido un descenso en el número de muertes en los últimos años, lo cual empezó durante el gobierno anterior. Sin embargo, no está claro hasta qué punto lo que vemos es simplemente una ciudadanía más asustada que ya no lucha contra el crimen o que, ante las amenazas a sus negocios, prefieren cerrarlos. Veamos lo que está ocurriendo estos días con los shuqueros en las cercanías de la Cámara de la Industria.
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