Hablar de transparencia es muy fácil. Como discurso político es una maravilla, se queda bien con todos, y nadie públicamente se atreve a ir en contra. Para muchos políticos ha sido un “lavadero de cara” muy efectivo, ya que cada vez que el descontento y la crítica se agudizan, una medida con “cáscara” de transparencia pone contentos a todos. Ése es el grave riesgo del esfuerzo por la transparencia, se vuelve un estribillo o retórica vacía y estéril, con la que, al final de cuentas, la sociedad termina alcahueteando a corruptos y zánganos. Pierde legitimidad.
Uno de los motores de este problema es pensar o sentir que el gobierno y los servidores públicos son los que tienen que ser transparentes, y que el sector privado, la sociedad civil y la ciudadanía en general no tenemos obligación alguna. Es como si todos estuviésemos cómodamente sentados en la gradería de un anfiteatro, y el gobierno en el escenario, esperando el aplauso o abucheo de la muchedumbre. Este esquema es un caldo de cultivo de lo más efectivo para la corrupción.
Y es que la realidad es tan opaco y corrupto el diputado “transero”, el funcionario gubernamental mafioso o el policía “mordelón”, como el escolar que copia en un examen, el empresario que se niega a regular el secreto bancario poniendo como pretexto la inseguridad, todos los evasores de impuestos, o la ONG que “justifica” con trabajo social “encomiable” una contabilidad anómala y salarios de hambre. Todos en principio son formas del mismo mal.
Creo firmemente que sólo una alianza amplia, diversa y legítimamente comprometida puede enfrentar con efectividad la hidra de la corrupción, con resultados verificables. El gran desafío es superar la desconfianza. Primero entre las organizaciones de la sociedad civil, entre los que piensan distinto o tienen intereses encontrados. Habemos quienes pensamos que mediante la tributación como ejercicio de responsabilidad democrática es que se fortalece la ciudadanía, mientras que otros piensan que no debemos tributarle a un Estado corrupto. Hay quienes ven a las industrias extractivas como oportunidades de desarrollo, y habemos quienes las desdeñamos como nocivas para pobladores y medio ambiente. Y así seguiría una lista larga de desencuentros.
La Alianza por la Transparencia (AporT), es una demostración pública que las diferencias no son impedimento para un esfuerzo ciudadano por un interés común. Promover la transparencia en todos los ámbitos y sectores es un objetivo que supera las diferencias, y convoca a superar la desconfianza y a aportar con acción y propuesta. Los que impulsamos esta nueva iniciativa no queremos la comodidad del graderío del anfiteatro. Somos protagonistas activos.
La hoja de ruta de la AporT tiene como directriz obtener resultados, lo cual ha sido bien recibido por los medios, la ciudadanía y está empezando a despertar el interés de los poderes del Estado. En su discurso de toma de posesión del cargo, el nuevo presidente del Congreso destacó la demanda ciudadana por transparencia e integridad, y la AporT ya está vigilante y dispuesta a apoyar acciones para transparentar el Legislativo, a lograr movernos de la promesa discursiva a los resultados.
Sin embargo, reconocemos que es una tarea inmensa y muy difícil. Peligrosa incluso. El esfuerzo nacional por la transparencia y el combate a la corrupción es el mismo que la lucha contra la impunidad y el desequilibro en el poder. Significa tocar intereses muy poderosos y peligrosos.
Pero es un esfuerzo que vale la pena. Es, por fin, ciudadanía haciendo algo y poniéndose manos a la obra, cada quien con su grano de arena.
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