Torpe, grosero, shuco, el rudo se luce al recibir los abucheos del público. Parece que su propósito no es ganar la lucha, sino desafiar las reglas del juego. Porque al final de todos los cuentos, los malos pierden casi siempre y si ganan es sólo para darle una revancha inmediata a los buenos. Un rudo eso lo sabe muy bien: mira al técnico volar por las cuerdas del ring sin poder oponerse a ese ejercicio de estilo, consciente de que sus presas nunca serán tan plásticas y coreográficas. Por eso, el show del rudo es otro: provoca al público, desobedece a las órdenes del referee, intenta quitar la máscara de su rival, se baja del ring y pelea con todo y contra de todos.
El 15 de junio, como todos los domingos, el parqueo de la 8 avenida y 16 calle de la zona 1 volvió a transformarse en el templo sagrado de la lucha libre en Guatemala. Familias enteras acuden a este lugar como a cualquier otro espacio de culto dominical: antes que empiece el espectáculo, hay tiempo para charlar, comer un chuchito, ver a los niños subir al ring e imitar las presas de sus ídolos. A pesar del gran relajo que se animará en pocos minutos, no extraña ver en las gradas bebés de pocos meses y ancianos que se considerarían muy mayores para estos tipos de bullas.
Resulta que, justo en esta noche, uno de los más grandes héroes de todos los tiempos, el inmaculado señor de los aíres, el paladín de la justicia peleonera, el mágico Starman Sr. se despide de su público y de sus rivales de siempre, después de 40 años de honrada carrera. Para los rudos no será una noche fácil, la derrota es inevitable y no habrá nada que lo impida. La suerte parece ayudar a los eternos vencidos cuando, en el medio de una pelea, una columna del ring cede y las cuerdas se aflojan, impidiendo las acrobacias de los técnicos. Pero, no, “the show must go on”, la base del ring vuelve a ser saldada en pocos minutos, mientras Starman Sr. se despide de su público con el último discurso.
La última pelea es algo épico: los rudos inventan cualquier travesura para impedir el triste epílogo de la noche, pero en contra del destino no se puede luchar. Starman Sr. y su familia de acróbatas, después de haber estado a punto de ser aniquilados, resurgen de las cenizas para afirmar la victoria del bien sobre el mal. El viejo luchador es llevado en triunfo, abraza a su gente, besa a sus familiares, es inmortalizado en foto con una bebé de dos meses entre los brazos, casi a confirmar que su espíritu seguirá presente en los rings de Guatemala.
¿Y los rudos? A ellos no le importa nada haber perdido, porque el próximo domingo volverán a la pelea, más torpes, groseros y shucos que nunca… de todas formas, ¿qué sería el gran show de la lucha libre sin los rudos?