—¡Estoy en contra del reciclaje!
—¿Por qué dices eso?
—Mi mujer me ha contado que han despedido a casi la mitad de los operarios en la gestión de desechos. Gente que separa la basura…imagínate. ¡Todo por el éxito del reciclaje! Otros más, sumados al paro…
—¡Madre mía, pero qué dices!
—Voy a iniciar con los vecinos del barrio una campaña anti-reciclaje. De lo contrario, despedirán hasta a mi mujer. Es que ya ni hablar de mejorar las condiciones laborales. Ahora, hasta al trabajo más cutre nos aferramos desesperadamente. ¿No te jode?
—(suspiro)…
En Madrid, la incertidumbre y la preocupación por la situación económica han estado presentes desde hace un tiempo en las conversaciones cotidianas. El tren, el metro o el bus son lugares que permiten constatarlo, tal como en este diálogo que escuché hace un tiempo entre un conductor de bus y una pasajera. Viajar en transporte público da la posibilidad de convivir —y hasta de comunicarse— pasivamente con los demás, en otra dimensión: introducirse al lenguaje de las miradas y las expresiones perdidas; conocer, como dentro de una licuadora, un sinfín de apuestas estéticas en el vestuario y el arreglo; atestiguar, desde lo más grotesco hasta lo más amable, las formas de interactuar entre extraños de todos tamaños, olores y colores, que comparten irremediablemente —por un rato al día— el mismo destino. Para mí, lo más llamativo de ese mundo, en los últimos meses, habían sido las conversaciones cotidianas, permeadas por esa tensa calma que se respiraba por la crisis económica. Era lo más llamativo, porque me parecía muy extraño que hubiera revueltas por ello en distintos sitios del mundo, mientras aquí no pasaba nada.
La gente de acá, que se expresó saliendo por miles y miles a las calles, hace unos años, cuando condenó la invasión a Irak en el 2003, y después, igualmente, denunciando la manipulación mediática de los ataques del 11-M en Atocha en el 2004; esa misma gente, que entonces expresaba su indignación a gritos en las calles, ahora, cuando su propia subsistencia, su sustento, su bolsillo, eran amenazados, se conformaba haciendo catarsis en el tren, en el bus, en el bar, en la sala de espera... me parecía inexplicable.
Hasta hace unas semanas, cuando en una cartulina pegada en las carteleras de la universidad, convocando a la manifestación del 15 de mayo, vi la primera consigna diciendo: “Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo”. Lo demás es historia.
Cuando se llega a creer que el mundo se está pudriendo por todos lados, desde arriba, por las élites y las instituciones, y desde abajo, por una ciudadanía embelesada con las rebajas y la televisión, es difícil ponerle palabras a la emoción que produce tanta gente despertando, movilizada. Gente demostrando que se puede pasar de las redes sociales virtuales al mundo real, y superarlas por completo. Gente de diversos colores, tamaños, gustos y maneras de pensar, intentando recuperar el sentido de lo colectivo, la generosidad con los demás. Compartiendo el pan y el abrigo en las acampadas.
Cooperando en buena onda, para no dar pie a un desalojo violento que diera al traste con todo. ¿Cómo se explica que no se registren incidentes violentos entre esos densos mares de gente reunida en la Plaza del Sol desde hace más de una semana? ¿Y que dentro del aparente caos, se pudiera localizar claramente una zona para dormir, un puesto que reparte comida y agua, otro puesto de objetos perdidos y una guardería?
Entre muchas otras cosas, esta gente ha demostrado que los enredos de los políticos para explicar y justificar la crisis se caen, ante la evidencia de algo que es mucho más sencillo de entender: una lógica de lucro y acumulación de riqueza, que prevalece sobre la vida de las personas, ha sido defendida por un sistema político que debería haberse comprometido ante todo con el bien común. Una lógica que para respirar ha generado jóvenes desempleados, familias sin vivienda, comercios clausurados, gente sobreviviendo, malviviendo al centavo para intentar llegar a fin de mes.
¿Que no hay otra alternativa? Este pueblo no se lo cree. Y decide salir a la calle con todo y sus incertidumbres, sus diferencias y sus contradicciones, a hablar y a intentar ponerse de acuerdo sobre soluciones para aquello que los políticos han demostrado que son incapaces de resolver. No necesitan gurús ni líderes visibles. Su bandera común: el cansancio ante el sistema político y el grito por un cambio económico. ¿Que ahí cabe de todo? A lo mejor. Y contradictoriamente, y desordenada y caóticamente, seguro. Eso se ha expresado a lo largo de estos días, en los que una asamblea popular, integrada en comisiones que deliberan sobre preocupaciones comunes, ha intentado consensuar un petitorio con puntos concretos a demandar en el corto plazo, así como una agenda de reivindicaciones de largo plazo. Se discute desde reformas a la ley electoral, hasta la regulación de los mercados financieros, pasando por la reducción del gasto militar y medidas respecto de los servicios públicos, entre otras. Y seguramente no es fácil, y es largo, y es cansado. Pero tienen actitud y no se dejan morir en el intento.
Más allá de las elecciones (pues se declaró el respeto a la decisión de cada votante, así como a la de los abstencionistas) tienen claro que su apuesta compartida en el corto plazo es afinar las propuestas y ampliar la participación de la ciudadanía. Así, mientras las votaciones tenían lugar el domingo, ellos seguían en lo suyo: debatiendo, proponiendo, contradiciéndose, buscando consensos. Y en esto hay un punto de no retorno: sean quienes sean, los políticos de turno deberán escucharlos.
Se habla ahora de llevar a las plazas de barrios y pueblos ajenos a Facebook y Twitter este ejercicio de asambleas populares. Se propone llevar a cabo un referéndum. Se propone una infinidad de cosas, pues si algo abunda son las voces y las ideas. Su mayor desafío es mantenerse vivos.
Largos collares de palabras se tatúan a diario en la Plaza del Sol y, poco a poco, avanzan como hormiguitas hacia los alrededores, colándose por las calles y paredes hasta llegar a las plazas aledañas, donde también hay deliberaciones. Cada quien apela a su creatividad y deja su marca, su sentir por escrito. Los dejo con algunas de las que no se pudieron escurrir ni a mi lente ni a mi lápiz. Hay muchas más, que ojalá pudieran tatuarse también en la memoria de todos, especialmente para la hora en que la euforia haya pasado:
“El conocimiento nos hace responsables”
“Cuidado, el pueblo está enojado”
“Pienso, luego estorbo”
“La historia, por fin, la escribimos nosotros”
“Que la crisis la paguen los banqueros”
“Indignado, no. ¡Hasta los huevos!”
“Si no hay solución ¡habrá revolución!”
“Derrida tenía razón”
“Nos mean encima y nos dicen que llueve”
“No es crisis: ¡es estafa!”
“Precarios del mundo: no tenéis nada que perder, excepto vuestras cadenas”
“Apagad la TV; encended vuestras mentes”
“La culpa también es nuestra: ganamos 20, gastamos 40”
“Nos roban el presente; nos joden el futuro”
“Si quieren convertir el globo en un mercado, que se acostumbren al regateo”
“No somos anti-sistema: el sistema es anti-nosotros”
“La lucha está en la calle y no en el parlamento”
“¡La voz del pueblo no es ilegal!”
“This is Sparta”
“No hay pan para tanto chorizo”
“Sobran los motivos y escasea la paciencia”
“Si votar sirviera, estaría prohibido”
“Nos habéis quitado demasiado. Ahora lo queremos todo.”
“La democracia ya no nos hace tanta gracia”
“Los jóvenes salieron a las calles y, súbitamente, los partidos envejecieron”
“People of Europe ¡rise up!”
“De la revolución del placer, al placer de la revolución”
“La poesía está en la calle y no en las librerías”
“¿Queríais democracia? ¡Esto es!”
“Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”
“Cría ricos y te comerás sus crisis”
“No es síntoma de buena salud estar adaptados a un sistema enfermo”
“La banca: ¡al banquillo!
“Tenemos derecho a soñar. Y que sea realidad.”
“Las putas aclaramos que los políticos no son nuestros hijos”
“Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones”
“Poesía contra la policía”
“Abstención activa: mi voto real”
“Si votas igual, te joderán igual”
“¡Manos arriba, estás contratado!”
“Autoorganización. Asambleas sin dirigentes”
“¡No bebas ahora! beberemos, cuando haya motivos para brindar”
“Yo también bebo. Pero no ahora”
“¿Apolíticos? ¡Súper políticos!”
“Ha nacido en Sol un nuevo nosotros”
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