Si la corrupción se denuncia, pero nadie hace nada en su contra; si desde el Legislativo los llamados a vigilar y supervisar al Ejecutivo simplemente se alían con él y con su ausencia y pasividad secuestran el principal espacio de la democracia; y si desde la cúspide del Organismo Judicial descaradamente se castiga a jueces y magistrados que exigen independencia de poderes y se niegan a satisfacer a los traficantes de influencias, es válido pensar que el ciudadano común, aquel que día a día lucha por la supervivencia, paga sus impuestos y se entera de lo que sucede, llegue a tal nivel de molestia, desesperación y cólera que encuentre como única salida no interesarse por el proceso electoral que se avecina y supuestamente castigar, desde su perspectiva, a los políticos con la emisión de muchos votos nulos.
Pero resulta que, en sistemas de representación política como el nuestro, la ausencia de participación o el retiro de apoyo a todas las opciones emitiendo el voto nulo no mejora en nada la situación, pues, a pesar de que se contabilicen cientos y hasta miles de votos nulos, estos no serían considerados válidos, por lo que, aunque obtuviesen pocos votos, pero más que sus contendientes, los políticos evidenciados como corruptos y pésimos gestores llegarían al poder. De esa cuenta, el voto nulo beneficia a los que supuestamente se espera castigar.
Además, la democracia solo se consolida si se produce la participación consciente de la inmensa mayoría de los ciudadanos, quienes, identificados con alguna de las propuestas, deciden darle su apoyo. La ausencia de opciones no amplía el debate, no mejora la participación, por lo que, en consecuencia, no mejora la democracia. El llamado al voto nulo no propone alternativas. Simplemente toma distancia de los que participan.
Es totalmente cierto que el sistema político y electoral guatemalteco ha sido diseñado para que, tratado como mercancía, solo puedan acceder al poder los que lo compran y venden. Los medios de comunicación resultan simples espacios de difusión de propaganda, y la contaminación visual de frases e imágenes sin contenido político, con las que los partidos y los publicitas saturan al elector, solo logran atraer los votos si sus demagógicas promesas o empalagosos anuncios no son cuestionados. De esa cuenta, el voto nulo solamente favorece a los demagogos, a los que con sus franquicias electorales solo buscan hacer negocios mercantilizando la política y el poder público. Y, lo que es peor, en nada beneficia al desarrollo y a la consolidación de la democracia.
Llamar al voto nulo y ejercer el derecho al voto anulándolo resulta una salida fácil, pues no se asume ningún compromiso con el resto de los ciudadanos. No significa ningún esfuerzo, pero además no lleva a ningún lado, pues no se hace ninguna propuesta para mejorar objetivamente la situación del país. A la vez, castiga a aquellos que, bienintencionados y dispuestos, se arriesgan a participar.
La energía que se pueda poner en promover y difundir una campaña del voto nulo no es la misma que se tendría que invertir si se quiere presentar una propuesta política diferente, pero, si no se tiene la capacidad para hacerlo, no resulta ético ni responsable poner a todos los políticos en el mismo saco y, a partir de una descalificación genérica, hundir nuestro sistema político cada vez más en el pozo de la corrupción y la impunidad.
Las organizaciones sociales y civiles tienen, en este momento crítico de la vida política del país, la enorme responsabilidad de, movilizadas, exigir claridad y concreción en las propuestas de los políticos. Los ciudadanos comunes podemos interactuar con los distintos medios de comunicación exigiendo eventos en los que los candidatos presenten propuestas claras y convincentes para la resolución de los problemas. Las mismas redes sociales son espacios importantes para el debate y la discusión de ideas, de manera que permiten votos conscientes y críticos.
Si el voto nulo es al final de cuentas un levantar de hombros y decir «en nada nos importa» lo que los políticos han dicho, la participación activa demandando información clara y objetiva nos permite avanzar en desnudar la pobreza intelectual y ciudadana de muchos de los participantes. En el primer caso, no se logran cambios en ninguna dirección, más que la satisfacción personal del berrinche y el pataleo. En el segundo, al menos podemos sumar cada vez más actores al compromiso por el voto consciente y de pensar desde la sociedad propuestas para mejorar el país.
Es necesario recordar que la democracia es el juego de pesos y contrapesos. Es la independencia de poderes. No solo de los poderes legislativo y ejecutivo, sino de los poderes reales que en la sociedad se enfrentan. La inmensa mayoría de los partidos y los candidatos representan los intereses y las expectativas del poder económico, tanto en su versión tradicional —viejas oligarquías— como en su versión moderna —nuevos ricos creados a la sombra del poder político, del tráfico de influencias y de negocios ilegítimos e ilegales—. Tarde o temprano se alían y agrupan, de modo que tienen a los políticos siempre para hacerles los mandados. Pero los trabajadores, los ciudadanos de a pie, la gente de la calle no encuentran fácilmente quiénes los representen, quién ejerza, de manera clara y concreta, el poder para su beneficio y bajo su vigilancia. Los que invitan al voto nulo pueden hacer mucho para que ese poder se muestre, se conjugue y logre estar representado, ya sea exigiendo a los políticos tradicionales incluir esas demandas, ya sea apoyando de manera condicionada a aquellos pocos que, de existir, se dispongan efectivamente a representar este otro poder. Tal vez por ahora sean una exigua minoría, pero si la fortalecemos y estimulamos puede llegar a ser no solo significativa, sino, quién quita, una nueva mayoría en el mediano plazo.
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