La etnografía del crimen organizado comparado nos muestra cómo el crimen organizado que puede clasificarse de mafia es mucho más que una simple tipificación de una conducta delictiva. Es, por mucho, la expresión de una identidad vernácula siempre comprendida desde la perspectiva de una existencia dialéctica. Concretamente, es la expresión de la resistencia del oprimido y del excluido. Para los terroni, la cosa nostra es la forma histórica de defensa frente a las invasiones francesas del siglo XIX, además de haber sido la única forma exitosa de autogobierno frente al abandono que Sicilia, Calabria y Nápoles han sufrido históricamente por parte del Estado italiano. Para los italoamericanos, su propia versión de la cosa nostra fue una manera de preservar los valores propios italianos de la familia y el honor frente a una corrupta y racista sociedad estadounidense que con dificultad supo aceptar la presencia de estos inmigrantes católicos y de piel oscura.
En la historicidad mexicana, hay suficientes elementos para mostrar que el inicio del cultivo de la amapola y los opiáceos significó la única forma de sobrevivencia del campesino sinaloense posterior a la expulsión de los asiáticos con las leyes racistas de la tercera década del siglo XX. La historia fiscal mexicana muestra, otra vez, con evidencia contundente la extracción de los recursos productivos que se producen en los estados del norte y su redistribución en los estados del centro-sur, olvidando con ello que las redes de distribución de la riqueza son también necesarias en los entornos que la producen. Para cualquier norteño, los símbolos que hoy vulgarmente representan la llamada narcocultura (las botas, el acordeón, el corrido…) son propios y representativos de una identidad que ha tenido que sufrir los intentos de un régimen centralizador que, además, ha querido construir un concepto artificial de identidad mexicana anclado en el mito de un México mestizo frente a un norte que por mucho no es ni mestizo y mucho menos indígena.
Hay que preguntarse a fondo por cuál razón se sucede la emulación de las figuras de la mafia en cualquier latitud geográfica. ¿Es solamente el deseo de exaltar la apetencia de vivir persiguiendo excesos e instintos? Puede ser.
También en buena forma la apología de la mafia (o la Maña en su genérico mexicano) se convierte en un referente legítimo ante la carencia de liderazgos legítimos y el desprestigio que hoy acarrean empresarios y políticos. Ambos estamentos, empresarios y políticos, resultan hoy las mejores expresiones del crimen organizado; sin embargo, no han sabido redistribuir la riqueza ni promover la movilidad social. (Cosa que la mafia sí ha sabido hacer.) Las estadísticas muestran que desde la firma del Nafta un 25 por ciento de la población mexicana se ha trasladado al rublo de la pobreza. ¿Cuán difícil resulta decidir ingresar a las filas de un cártel? Empresarios y políticos han sabido vender el país a los mayores intereses extranjeros mientras que la Maña, al menos aún, no canta ni inglés ni con guitarras eléctricas. El culto a la Santa Muerte (incorrectamente atribuido como exclusivo del crimen organizado) es la expresión de culto de los pobres, los marginados y las causas perdidas. Esta expresión religiosa se realiza con tequila, música de mariachi o banda a una imagen que perfectamente representa el antiguo culto azteca a la muerte. Para terminar de hacer más polémico este análisis, en una sociedad machista como la mexicana parece que la igualdad de género se encuentra con mayor claridad en los cárteles, quienes reclutan con total normalidad a hombres y mujeres, incluso para hacerlas sicarias.
En los países donde existe un mínimo básico de igualdades, la mafia no encuentra nunca espacio para su génesis. Solamente los entornos feudales han podido producir el fenómeno de la mafia.
Por ello, y mientras pensaba estas ideas sentado en un bar de música norteña en pleno Paseo de la Reforma de la capital mexicana, no me pareció nada extraño escuchar la expresión: “Arriba la Maña”, previo al inicio del concierto.
Durante los últimos 50 años México supo crecer a tasas de 7% anual en total complicidad con organizaciones criminales que sabían muy bien esconder su presencia, minimizar su propia violencia y dar trabajo a los pobres. Hoy en día, no hay trabajo para los pobres, el país no crece, el país además de estar vendido a los extranjeros se ha convertido en una total zona de guerra y las viejas familias mafiosas han roto los pactos históricos. Los políticos son más ricos y los empresarios no comparten ni un quinto.
¿Qué tanto se puede criticar la apología de la mafia?
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