No entendimos el nivel de corrupción del sistema de justicia. Pensamos que el presidente Jimmy Morales era el responsable de la salida de la Cicig, de la crisis económica, de la debacle migratoria y de la arremetida del presidente Trump, sin comprender que detrás del presidente hay intelectuales de la derecha oligárquica formados en universidades extranjeras, altos mandos militares, grandes empresarios y linajes familiares que han estado en los gobiernos siempre, dictando los rumbos económicos, políticos y culturales.
No es el presidente el causante de la crisis migratoria que desembocó en las amenazas del patrón gringo de gravar las remesas, prohibir el ingreso de guatemaltecos, aumentar los aranceles a la relación importación-exportación, y que concluyó con la firma del convenio que hace de Guatemala, aparte de una finca de los colonizadores, un corral para migrantes.
Son la defensa del Estado colonial y la corrupción que lo sustenta la preocupación de las clases dominantes, que le ponen un alto al combate de la corrupción. No sea que después de cortar algunas ramitas se llegue a las raíces y ahí se vayan feo todos los que han hecho del Estado y de la sociedad su fuente de enriquecimiento desbordado, causante de la desigualdad. No es amor patrio ni valores democráticos ni la defensa de la soberanía ni el país ni la dignidad nacional lo que mueve a las élites de poder. Son sus intereses y la ambición económica los que ellas imponen a través de títeres como el presidente Morales.
El presidente es el muñeco del ventrílocuo. Son los linajes oligárquicos los que han hecho las leyes a su medida, los que han dejado vigentes sus privilegios coloniales y han diseñado el Estado colonial, que es la corrupción encarnada. Son ellos quienes lo empujan a hacer lo que hace, a desobedecer las leyes y la Constitución, a fortalecer el Ejército para resguardar y blindar las raíces colonialistas.
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El Estado se está destruyendo desde adentro. Y con él, la sociedad. Las causas más visibles son la violencia enrizada en el tiempo, la falta de tierras para producir alimentos y el acaparamiento de las mejores para producir para el mercado externo en cultivos inviables como el café y la palma africana. Un sistema productivo hegemónico carente de capacidades competitivas, sobreviviendo de los privilegios fiscales y del control colonial de los mercados. Instituciones incapaces de abordar la diversidad social, cultural, económica y territorial. Abandono de las manifestaciones culturales, suplantadas por vulgares folclorismos. Carencia de pensamiento humanista. Control y manipulación de los medios de comunicación, del sistema político, de la educación y de la religión.
Y, sobre todo, esa casta de privilegiados a lo largo de 500 años que no tienen dignidad ni amor patrio, solo ambición económica y pensamientos de superioridad racial, que se sienten poseedores del derecho de conducir y aprovechar la finca llamada Guatemala.
Ese bloque de poder es responsable del entreguismo del presidente, de hipotecar el futuro de nuestros hijos y nietos, de violentar los derechos humanos de los migrantes, de provocar sentimientos xenofóbicos entre iguales como clase social. Lo único que han buscado es garantizar el control del mercado interno y externo, y eso, lo sabemos bien, es lo que preocupa a los empresarios del Cacif, no el empleo digno ni el combate de la pobreza ni la desigualdad.
Se trata, al final de cuentas, de la ideología dominante, que nos condiciona, atrapa e inmoviliza. Según Guzmán Böckler [1], esta ideología «es profesada por el Estado dominador y por quienes se identifican con él y con la metrópoli en turno, pero [que] nunca puede abarcar a la totalidad de la población a pesar de sus esfuerzos por lograrlo y pese también a sus afirmaciones en ese sentido [… y] las poblaciones agredidas, usando el tiempo como el aliado más valioso […] pueden planear estrategias de defensa grupal y, al ponerlas en práctica, […] manipular en su favor los elementos de la agresión».
Por lo tanto, una estrategia posible no es tanto combatir la corrupción como terminar con el colonialismo estructurado y articulado en el andamiaje jurídico y político que le da sustento al Estado. O sea, acabar con el Estado colonial es el camino, no entretenernos con luchas moralistas.
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[1] Guzmán Böckler, C. (1986). Donde enmudecen las conciencias. Crepúsculo y aurora en Guatemala. México: Ciesas-SEP.
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