Al momento, las encuestas más confiables le asignan una brutal ventaja de 12 puntos que puede transformarse en un techo imposible de vencer y a la vez en una confianza que, mal administrada, podría costarle el tercer intento de acceder a la presidencia.
En artículos anteriores he aludido a la interesante evolución que AMLO ha tenido. Resulta encomiable el comportamiento de un candidato presidencial a quien todos sus competidores provocan y que ha sabido evitar dichas provocaciones. En su actual proyecto político convergen liberales, socialdemócratas, católicos, librepensadores, profesores universitarios, artistas, etc. En efecto, el AMLO del 2006, con tendencia a polarizar, a ser intolerante y a jugar la carta del insulto político, no parece ser el AMLO del 2018. Si el período electoral concluyera el día de hoy, AMLO sería presidente y habría realizado una campaña casi perfecta.
AMLO es el típico caso de alguien que, haga lo que haga, no dejará satisfecho a nadie. Ni a seguidores ni a detractores. Tres ejemplos de lo anterior.
El primero, la presentación del gabinete que lo acompañaría en su gobierno. Ocho hombres y ocho mujeres conforman la propuesta, entre quienes abundan las maestrías y los doctorados en universidades estadounidenses de prestigio. Destacan Olga Sánchez Cordero, la carta propuesta para dirigir la cartera del Interior. Tiene un CV magnífico: anterior ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación entre 1995 y 2015, licenciada en Derecho por la UNAM y estudios de posgrado en Gran Bretaña. Lo interesante es haber seleccionado a una exministra de la suprema corte, pues AMLO da a entender que en México el problema de la seguridad está estrechamente vinculado a las ilegalidades cometidas por el mismo Estado, además de que propone a una mujer para una posición en la cual han dominado los hombres. La propuesta para dirigir la Secretaría de Relaciones Exteriores (la joya del pastel de la burocracia mexicana) es Héctor Vasconcelos. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Harvard, magíster en Historia Política por la Universidad de Cambridge, y realizó estudios de doctorado en la Universidad de Oxford. Fue embajador de México en Noruega, Dinamarca e Islandia. Y, sí, es hijo de José Vasconcelos, el primer secretario de Educación Pública de México. La propuesta para dirigir la cartera de Economía es Graciela Márquez Colín, profesora investigadora del Colegio de México, licenciada en Economía por la UNAM y doctora por la Universidad de Harvard. He de agregar que el asesor de AMLO en asuntos económicos (recientemente presentado), Gerardo Esquivel Hernández, es graduado a nivel doctoral de la Universidad de Harvard. Ha tenido experiencia de trabajo en el Fondo Monetario Internacional (FMI), en el Banco Mundial, en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Y hace tan solo 24 horas AMLO anunció que Jesús Seade Helú, doctor en Economía por la Universidad de Oxford, se une a su equipo para dirigir las negociaciones del TLCAN. Seade Helú fue director del Centro de Estudios Económicos del Colegio de México y actualmente es profesor emérito de la Universidad de Ling Ma en Hong Kong.
¿A usted le parece este un gabinete de chairos? En lo más mínimo. Hay un clarísimo criterio tecnocrático que rivaliza con los usuales gabinetes del PRI, también llenos de diplomas universitarios estadounidenses. Por cierto, el día que recibió su inscripción oficial como candidato presidencial, AMLO aseguró que, en caso de ganar, no habría persecución contra opositores políticos. Otro gran acierto comunicacional.
Segundo aspecto de acierto estratégico: ¿recuerda usted dónde realizó AMLO la primera presentación de un gabinete? En el mismo Zócalo, cuando constituyó su gabinete paralelo en 2006. Ahora presentó un gabinete de lujo en un conocido hotel de la zona capitalina. Los duros seguidores de AMLO criticaron que no lo hiciera en la plaza central, pero él quería evitar que de nuevo surgieran la referencia a gobiernos populistas y la fijación enfermiza con Venezuela. La decisión fue la correcta en aras de evitarle anticuerpos a su campaña.
Tercer aspecto: ¿desaciertos de AMLO? La última elección a gobernador en el estado de México, que por lo general se utiliza como un termómetro para predecir la elección general. Decidió competir solo porque obligó a las posibles alianzas a declinar en su favor, y al final los votos le hicieron falta. Apostó al purismo de izquierda y perdió. Si a esto agregamos que cuesta mucho creer en la transparencia de las elecciones mexicanas, para AMLO cualquier voto agregado hará la diferencia. No haber aceptado una candidatura en coalición de partidos para el estado de México fue un error garrafal. Otro desacierto de AMLO: haber propuesto la moratoria de delitos para los narcotraficantes a cambio de deponer las armas.
AMLO compite en esta elección en condiciones diferentes a las de cualquier otro candidato. Compite contra un partido oficial que controla prácticamente todas las gubernaturas y que intentará usar dicha ventaja en la elección. Juega con una brutal desventaja: lo que diga, lo que no diga y cómo lo diga (incluso si solo lo piensa) serán juzgados con un estándar que no se les aplicará a los demás. Si muestra confianza y determinación en una agenda particular, se le tildará de terco y dogmático. Si, por el contrario, está dispuesto a conciliar agendas, las extremas izquierdas dudarán de su ortodoxia y lo quemarán en la hoguera por moderado. En este momento las discusiones del Partido de los Trabajadores (PT) para unirse a Morena siguen estancadas porque el criterio pragmático de AMLO de sumar aliados no termina de cuadrar entre los puristas de ese partido. Cuando uno escucha las discusiones, uno no deja de preguntarse si la posibilidad de sacar al PRI de Los Pinos es suficiente incentivo para dejar ortodoxias ridículas de lado.
¿Es AMLO un candidato perfecto? No, no lo es. Al final del día no se nos olvide esto: AMLO es un priista. Sus raíces políticas son priistas, y parte de su vicio autoritario (como no haber tenido elecciones primarias en Morena) proviene de allí. Pero AMLO también conoce en carne propia el autoritarismo del régimen que cierra espacios, persigue, difama y no respeta reglas. ¿Qué tipo de priista es AMLO? Posiblemente lo más cercano al PRI de Lázaro Cárdenas, el priismo de la vieja doctrina Estrada (el México del aislacionismo) y de un modelo político en el cual el Estado participa activamente en la economía, pero también en el cual existen compensadores sociales. AMLO es la representación de un olvidado PRI que compite contra el PRI neoliberal, el mismo de la corrupción corporativa que hoy gobierna.
El riesgo de AMLO no es que transforme México en una Venezuela, dado que es muy poco probable que gane con las condiciones de gobierno unificado que permitan hacerle overhaul al sistema. De hecho, si gana la presidencia, es casi seguro que tenga una brutal oposición, razón por la cual el problema de AMLO será construir puentes de diálogo para tener una coalición efectiva de gobierno. Porque la va a necesitar si va a atreverse a juzgar a un expresidente, modificar la agenda de seguridad (regresar a los militares a los cuarteles), derogar la actual Ley de Seguridad (que permite al Ejército realizar cateos en domicilios sin orden de juez) y resolver los gravísimos casos de violaciones de derechos humanos (incluso recurriendo al Sistema Internacional).
Por tales necesidades, AMLO es la mejor opción, incluso a pesar de su esencia priista.
Más de este autor