Una entrevista que le realicé bastó para entender que estaba ante un grande, ante un académico y político que trazó una vida comprometida con la democracia. Un país acostumbrado a tener un sistema político al servicio de intereses que lucran con la corrupción del Estado y con la disfuncionalidad de la red de servicios públicos rara vez valora la labor de agrupaciones y personas que se han dedicado a hacer política de forma diferente en el sistema. Por eso resulta importante, para seguir trabajando en las propuestas que buscan democratizar el actual sistema político, que se estudien y aprendan los elementos que la Unidad Revolucionaria Democrática (URD), después Frente Unido de la Revolución (FUR), y su generación de políticos e intelectuales aportaron para la construcción democrática del sistema político de los años de la guerra.
Don Américo perteneció a una generación dorada que decidió incidir en la política partidista cuando el sistema de partidos debatía su definición política y formaba el armazón legal y práctico de la democracia representativa en Guatemala, en un contexto de guerra interna que enfrentaba al Ejército de Guatemala y a los grupos guerrilleros. Alcanzar el desarrollo sin armas y en vías democráticas fue un trabajo que don Américo realizó junto con Manuel Colom Argueta, Alberto Fuentes Mohr, Adolfo Mijangos López, María Coronado y Alfredo Balsells, entre otros. Fue un sobreviviente de la cacería que impulsó la política contrainsurgente en manos del Ejército contra los integrantes de la clase política de los años 1970 y 80 que no se levantaron en armas y tampoco se alinearon a los regímenes autoritarios. Ahora Américo Cifuentes descansa junto a sus compañeros, asesinados por sus ideas y luchas políticas, que le restaban simpatía y campo electoral urbano al sector militar, oficialmente el poder en aquel entonces.
Lo que don Américo y sus compañeros de URD-FUR aportaron para liberar la democracia restringida (como decía Colom Argueta) aún no ha sido calculado. Fue política digna. Actuaron en el sistema político de la época con prácticas democráticas e hicieron de la socialdemocracia una ideología recta. Hasta el año pasado, con el inicio de la lucha contra la corrupción y en medio del cáncer, don Américo seguía dirigiendo esfuerzos por unificar a las fuerzas democráticas de este país. Y como representante estudiantil, a él le consultaba lo que iba a proponer para reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) en la Plataforma Nacional para la Reforma del Estado. Ahora, en la antesala de la presentación en el Congreso de un paquete de reformas a la LEPP, recuerdo que don Américo me decía que para transformar el sistema de partidos se necesitaba cambiar el modelo de financiamiento, que sin eso la mercantilización de la política iba a continuar. Ahora me pregunto si lo que quería decirme era que había que restringir el financiamiento y liberalizar las formas de hacer política como fórmula democratizadora.
El sábado fue un día de reposo, extraño, sin algarabía ni zozobra. De esos días que te hacen recordar la entereza de alguien que hizo camino al andar. Don Américo jamás se separó de los suyos y se unió a nosotros para compartir su legado. No me gusta hablar de finales, pero a veces los finales sirven para valorar, para entender los beneficios que se pueden lograr por medio del trabajo ajeno, toda vez que se continúe con nuevos procesos y nuevas revitalizaciones políticas. El fallecimiento de don Américo marca el final de esa generación dorada. Fue el último escritor que me sacó las lágrimas cuando leí su más reciente libro, Memorias de mi generación, URD-FUR: recuperación de su legado, y seguramente fue el último de su tiempo. Justo en los días finales de su vida llegó la entrega del libro. La vida le cumplió, y por esfuerzos humanos e institucionales no murió sin ver el homenaje a su trayectoria y a la de sus compañeros. Hasta siempre, don Américo. Espero verlo allá donde los cobardes no existen. Agradezco y admiro su legado. Solo lamento que no volveré a encontrármelo y que nunca más podré contestarle su «¿cómo está, muchachón?».
Don Américo, la democracia lo extrañará.
Más de este autor